Serie documental de tres capítulos.
Dirección: A. Morell, A.-K. Peitz, M. Stodtmeier, I. Willinger.
Accentus 20473 (2 DVD)
LA MÚSICA ES MÁS QUE SOLO MÚSICA
La música por sí misma es capaz de condenarte al patíbulo, enfervorizar a todo un ejército, aflorar instintos libidinosos, hacer llorar a una nación, producir somnolencia o excitación nerviosa, ahondar en la fe religiosa o incluso ofrecer consuelo en tu peregrinar hasta la cámara de gas. La música no es solo música. Es mucho más.
Cuando en 1914 la Primera Guerra Mundial estalló devorando todo a su paso, la música del viejo continente se encontraba inmersa en un estado de evolución y desarrollo jamás antes conocido. El mundo de la tonalidad se hacía añicos definitivamente. Los nuevos lenguajes paridos por la conservadora Viena y apadrinados por Mahler, se erigían en el nuevo becerro de oro. Los totalitarismos cocinados a fuego lento logarían demoler en poco tiempo este resplandeciente edificio sonoro. Dividida en tres capítulos independientes, pero interconectados, “Música, Poder, Guerra y Revolución” (solo en inglés, francés y alemán) de la que hay que elogiar sus aspiraciones didácticas e investigadoras, nos acerca de manera introspectiva e instructiva hasta aquellos músicos, algunos desaparecidos en combate y la gran mayoría olvidados hoy por nuestras salas de concierto. Acontecimientos devastadores y traumáticos, como también lo fue la Revolución bolchevique, que inevitablemente influirán en la forma de escribir y de enfrentarse al oficio de estos artistas cuyas vidas pendían de un hilo. Muy bien narrado y diseccionado (el montaje ágil y la diversidad de material fílmico y fotográfico es admirable), cada episodio (dirigido por un director diferente) muestra distintos enfoques de las relaciones que la música mantuvo entonces con la política.
El dedicado a la Gran Guerra se centra en las alargadas figuras de Schoenberg, Webern, Berg y Ravel (a los cuatro les vemos posando con sus uniformes), que al declararse la conflagración se alistaron a filas (hermanos en lo sonoro, enemigos en el campo de batalla). El filme recrea mediante actores caracterizados algunos momentos de sus vidas, como cuando en un principio Alban Berg o Arnold Schoenberg (con 41 años ya) son rechazados en la revisión médica por sus problemas de asma y bocio. Además, leemos algunas de las cartas enviadas por ellos a Alma Mahler, ensalzando los valores de la madre patria. La guerra volteará como un calcetín la forma de componer de estos colosos.
A la narración en clave histórica mediante una voz en off que nos sumerge en esos trágicos años, se unen fragmentos musicales breves interpretados por la Orquesta de la Radio Polaca. Desde Le tombeau de Couperin (1917) de Ravel, donde cada una de sus seis piezas es un homenaje a un amigo fallecido en el frente, hasta Die eserne brigan (La brigada de hierro), un Quinteto de aires marciales que Schoenberg escribió para sus compañeros de barracón. La propia experiencia militar de Berg influirá notablemente en su Wozzeck. De Ravel nos detenemos también en el Concierto de piano para la mano izquierda, dedicado a Paul Wittgenstein, al que amputaron el brazo derecho tras un ataque ruso. Entre los músicos fagocitados por la guerra y hoy olvidados destaca Rudi Stefan, que falleció en el frente con apenas 28 años. Sus bellos Lieder nos sumergen en un estado amargo de conmoción y dolor por el funesto destino.
Hoz y martillo
El episodio dedicado a la Revolución de Octubre, introducido mediante el monólogo de un actor con aires chejovianos, se detiene en esa generación decapitada por la hoz y el martillo. Un artista podía hacer tres cosas en la antigua Unión Soviética: emigrar, educarse como propagandista del régimen o llevar una doble vida, algo que podía llevarte ante un pelotón de fusilamiento. Un creador era entonces una víctima en potencia.
Este capítulo cuenta con las observaciones de Gidon Kremer, que nos introduce en la interminable lista de desaparecidos para el arte de los sonidos. Se agradece que no se hable del omnipresente Shostakovich, decantándose por otros poco conocidos como Alexander Solov, acérrimo soldado rojo cuya obra más popular fue La fundición de hierro, un escenario ideal para plasmar ese realismo socialista que exigía el carnicero del Kremlin; el cosmopolita Deshevov; el judío Lourié, que ya experimentara antes que Schoenberg con la escala de 12 tonos; Roslavets, enviado a reeducarse unos añitos a Siberia; Avraamon, el padre de la “Música Concreta” con su sorprendente Sinfonía de las sirenas; Theremin, inventor de un instrumento eléctrico guiado con las manos y, por último, el gran genio de Prokofiev (sus Visiones Fugitivas nacieron en plena revuelta bolchevique), que fallecería el mismo día que el verdugo Stalin.
El tercero de los episodios (el que más eriza el vello) conmemora el centenario de la primera contienda mundial y en él participan músicos como Ivan Fisher, Valery Gergiev, la venezolana Gabriela Montero (que denuncia al régimen chavista y la manipulación propagandística que hace de la Orquesta Simón Bolívar) o Daniel Barenboim, que reflexiona sobre las contradicciones humanas, al revelar como a Hitler se le saltaban las lágrimas en un determinado pasaje de Lohengrin. Esculpido en el cuarzo de la memoria el protagonizado por la violonchelista Anita Lasker-Wallfisch (tocaba en la orquesta de mujeres de Auschwitz), que cuenta como el mismísimo Dr. Mengele, para tomarse un respiro en una selektion, les ordenó que tocaran Träumerei de Schumann. La música usada para encubrir la realidad y la verdad.
Furtwängler y la desnazificación, los estrechos lazos de Hitler con el Festival de Bayreuth, la Primavera de Praga, la Hungría soviética, el Estado Islámico, la ocupación de Crimea, el Brexit, el goebbeliano concierto de Gergiev en Palmira elevando a los altares a Putin o la Orquesta del Diván que hermana árabes y judíos, son algunas de las fotografías del siglo pasado reveladas en este certero y esmerado trabajo que posee el mismo gramaje que los libros de Historia. Y es que, como ya apuntaba el mítico personaje de La Montaña Mágica, Lodovico Settembrini: “la música por sí sola es peligrosa”.
Javier Extremera