Música clásica desde 1929

Discos recomendados de Ritmo

En esta sección encontrará los 10 discos que la revista RITMO recomienda cada mes, clasificados por meses y por su orden de recomendación del 1 al 10. Se archivan los recomendados desde junio 2011, para ver anteriores ir a "Ritmo Histórico".
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Ritmo Febrero 2019 - Núm. 926

Mstislav Rostropovich: El arco indómito.

Un documental de Bruno Monsaingeon.
Bonus: Rostropovich toca Tchaikovsky, Beethoven y Bach.
Solzhenitsyn y Rostropovich (Conversaciones).
Naxos 2.110583  (DVD)



La crítica

MSTISLAV ROSTROPOVICH: LA LEYENDA DEL INDOMABLE

El parisino Bruno Monsaingeon, ocasional escritor, cineasta atemporal, que incluso llegó a dar pasitos como violinista, es una de las vacas sagradas de ese subgénero documental que explora el mundo de los sonidos y sus causantes. Un eficaz buceador entre algunas de las más grandes personalidades musicales de nuestro tiempo. Por su confesional cámara han desfilado leyendas de la inmensidad de Gould, Oistrakh, Menuhin, Pollini, Fischer-Dieskau o Sviatoslav Richter, con quien firmó su cumbre profesional en la absorbente, trágica y reflexiva “El enigma”. En esencia, la labor de Monsaingeon recuerda al de un arqueólogo, pues reside en la búsqueda y recuperación de archivos sepultados por el tiempo.

Tras editarse hace poco su reivindicatorio libro sobre la impagable labor pedagógica de Nadia Boulanger (Acantilado), reseñado el mes pasado en esta revista, la actualidad lo vuelve a poner en los escaparates mercantiles culturales, gracias a su último y esperado documental, dedicado (¡cómo no!) a otro coloso. “Mstislav Rostropovich: El arco indómito” nos devuelve un Monsaingeon evolucionado, pero en plena forma a la hora de adentrarse en los recovecos vitales del protagonista, siendo un retrato fílmico fiel, conciso y resolutivo, sobre el genial violonchelista y director. Este provechoso documental (sin subtitulado patrio) viene a complementar aquel didáctico de la BBC (2011) titulado “El genio del cello”.

Con los años, Monsaingeon se ha convertido en un cineasta menos experimental y contemplativo. En su madurez parece no estar ya dispuesto a asumir riesgos o desafíos narrativos. Ahora en su cine prevalece la imagen sobre la palabra, de ahí que sus crónicas sean más ágiles y fluidas, conllevando una gran laboriosidad en el montaje. El resultado es una película mucho más vertiginosa y fragmentada que sus predecesoras, lo que por desgracia resta profundización y hondura al dibujo final. Esa mirada plácida e interiorizada capaz de atravesar la carne del personaje, se antoja ahora más superficial y automatizada, como si con las canas le hubiera entrado las prisas a la hora de relatar.

Slava, nombre familiar por el que era conocido en la intimidad, ha sido uno de los músicos más populares de su tiempo. El cineasta hace un barrido rotundo y homogéneo por su biografía, usando para ello multitud de grabaciones y archivos documentales, algunos extraídos del inaccesible álbum familiar. La riqueza, variedad, voluminosidad y valía histórica de las filmaciones y fotografías es descomunal, siendo algunas de ellas parte fundamental de la Europa del siglo pasado. Nacido en Bakú en 1927, será su padre (alumno de Casals) quien lo introducirá en el instrumento. El tarraconense le auguró un “estás predestinado” cuando ambos se encontraron por vez primera en París (1957). Y no se equivocó, pues con el tiempo voltearía como un calcetín el mundo del cello (solo la divina du Pré pudo haber llegado a su altura).

Testigos privilegiados

Entre los testimonios que incluye el documental, destacan el de sus hijas Olga y Elena, concebidas con la soprano Galina Vishnevskaya (la conoció en Praga y al cuarto día le pidió matrimonio), el director Rozhdestvensky o la viuda y el hijo pianista del escritor Aleksandr Solzhenitsyn (Ignat). Y es que el gestor de esa enciclopedia sobre los horrores del estalinismo que es Archipiélago Gulag, ocupa un lugar destacado dentro del filme (su amistad fue inquebrantable). Cuando el escritor se convirtió en blanco del régimen soviético, el músico no dudó en protegerlo de la picadora roja, incluso yéndose a vivir juntos al campo. Su misiva al Pravda denunciando la persecución que sufría el Nobel, le condenó al ostracismo profesional (solo le enviaban a tocar a lugares recónditos), siendo tachado por las autoridades de “gánster político”.

El azerbaiyano rememora el recital que ofreció en Londres (encima tocando Dvorák), justo el día en que los tanques del Pacto de Varsovia extinguían a sangre y fuego la primavera de Praga (“ha sido el concierto más emotivo de toda mi carrera” confiesa). Ese get out! que le gritaban, se le clavó en el alma. En 1974 finalmente terminará exiliándose a París. Slava jamás vaciló a la hora de encararse con el Comunismo, algo que le produjo desasosiego y muchas noches en vela. En su vida brilló ese indestructible compromiso con los que le rodeaban. Solo hay que recordarlo abrazado a su violonchelo en el desmoronado muro de Berlín. Hasta la llegada de Gorbachov no podrá volver a su patria, aunque será Moscú el lugar donde finalmente descansarían sus restos.

Rostropovich siempre buscó en su carrera ampliar al máximo el repertorio de obras escritas para el instrumento, de ahí que ofreciera continuas epístolas (en forma de irrechazables cantos de sirena) a los grandes compositores de la época. El filme se detiene especialmente en tres con los que mantuvo fuertes lazos: Prokofiev, Shostakovich y Britten (eternas y enigmáticas Suites). Gracias a su persistencia, hoy existen también los Conciertos para cello de Dutilleux, Lutoslawski o Penderecki (solo se le resistió Stravinsky, el único que hizo oídos sordos a sus plegarias).

Entre los grandes logros del filme, está el de revelarnos al Rostropovich más cercano y familiar, ese que sacaba a relucir su contagioso sentido del humor, así como sus indiscutibles valores humanos. En 2007, a los 80 años un cáncer rompía sus cuerdas para siempre. Se iba, además de una buena persona, el todopoderoso Zar del violonchelo. Ese supremo músico al que nadie jamás pudo quebrar su arco.

En los extras se incluyen fragmentos musicales interpretando una Sarabande de Bach (1969), un par de las Variaciones Rococó de Tchaikovsky con Ozawa (1986), la grabación completa del Trío Archiduque junto a Menuhin y Kempf (1974), para conmemorar el 25 Aniversario de la UNESCO, así como cuarenta minutos de conversaciones de los familiares hablando de la fraternal relación que mantuvieron Slava y Solzhenitsyn. Una parada obligatoria para todos aquellos que pretendan comprender el siglo XX y sus miserias.

Javier Extremera

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