Tézier, Frittoli, Pisaroni, etc. Orchestre et Chœur de l’Opéra national de Paris / Philippe Jordan. Escena: Giorgio Strehler.
BelAir, BAC071 (2 DVDs)
UN VALIOSO DOCUMENTO
Como es bien sabido, el italiano Giorgio Strehler (1921-1997) fue uno de los grandes directores de escena de la segunda mitad del siglo XX. El secreto de su estilo, reconocible por la vitalidad en la exposición de caracteres, consistía en el respeto por la obra a representar, ya se tratase de ópera o teatro, a la que se acercaba con la convicción de que en sus diálogos y acotaciones o en las notas de la partitura se encontraba el misterio a desvelar. Su sentido de la fidelidad al original, el obcecado escrutinio de unas palabras y unas notas musicales resultaba en sus manos la mayor audacia. Él no asomaba, carecía de impronta, como el humilde encargado de encender los candelabros de una estancia dieciochesca, o el discreto sereno decimonónico que prende los faroles de la calle cuando el sol se va.
Aparece su muy celebrada producción de Las bodas de Figaro mozartianas, que procedente de La Scala milanesa se estrenó en la Opera de París; el documento de su reposición (octubre y noviembre, 2010), a cargo del que fue su ayudante, Humbert Camerlo, es una joya a la que convendría acudir de vez en cuando, como el ejemplo de que no cabe mayor originalidad que el sometimiento al texto, siempre, claro está, que se sea capaz de desentrañarlo, resucitarlo y recuperarlo en todo el esplendor de su complejidad.
El amplio elenco sufre el lastre de una serie de tópicos que acompañan a cada figura; tópicos que Strehler limpia y despeja, presentando a cada cual en su drama particular. El Conde de Almaviva (Ludovic Tézier) abandona la máscara del señorón lúbrico para mostrar el dolor del hombre de media edad habitado por un deseo que tiene más de aflicción que de apetencia. La Condesa (Barbara Frittoli) complica la convención de la esposa arrinconada con la angustia de la mujer que se despide de la juventud. Figaro (Luca Pisaroni) y Susanna (Ekaterina Siurina) deben compartir la ilusión de la boda con la zozobra que impone su condición de criados. El resto del muy adecuado reparto es tratado igualmente subrayando el pálpito de su humanidad.
La dirección musical de Philippe Jordan combina gusto por la belleza y entusiasmo festivo con la gravedad sutil que transmite el director de escena, pues ya sabemos que el teatro es tan alegre, tan triste, como la vida.
Álvaro del Amo