Xavier Montsalvatge nunca entendió la música “como una manifestación radicalmente abstracta y, menos aún, formularia”. Y que eso es así se aprecia en este disco, en el que encontramos tres obras que abarcan toda la carrera del maestro catalán, desde el juvenil Manfred (1945) hasta la que fue su última composición orquestal, Bric à brac (1993). La primera, todo hay que decirlo, estaría acumulando polvo en cualquier cajón de llevar otra firma diferente a la de Montsalvatge. Se trata de un ballet cuya música suena más a Tchaikovsky que a Stravinsky, lo que para la época en que fue escrito resultaba un tanto anacrónico. Ni siquiera la instrumentación, una de las grandes bazas de Montsalvatge, llama aquí la atención, todo lo contrario que en Bric à brac, un divertimento cuyo título se refiere a las baratijas que se acumulan en muebles y cajoneras. No obstante, si el disco vale la pena es por la Sinfonia de rèquiem (1985), un réquiem sin palabras (excepto su Libera me, Domine final, que incluye una parte de soprano, aquí Marta Matheu), bañado de luminosa mediterraneidad. La familiaridad de la OBC con el lenguaje de Montsalvatge y la minuciosa labor de Víctor Pablo Pérez aseguran la calidad de las versiones.

Juan Carlos Moreno