Solistas. Monteverdi Choir & English Baroque Soloists / John Eliot Gardiner.
Opus Arte-Unitel OA1347D (DVD)
LA CUADRATURA DEL CÍRCULO
El mito de Orfeo está sólidamente ligado a la tradición operística, en la que este Orfeo de Monteverdi se sitúa en la cúspide del interés, por innumerables y suficientemente conocidas razones. Dice la historia que se estrenó en el palacio ducal de Mantua (probablemente en la Sala degli Specchi) en medio de una celebración festiva; y se me antoja especialmente importante el dato, porque condiciona esta producción con un Gardiner que (atención, spoiler) está sublime.
Monteverdi y Striggio escriben esta favola in música en un momento en que seguramente ni ellos mismos tenían excesiva conciencia de estar alumbrando un género nuevo, como un experimento a mayor gloria de la música y la palabra. Que es justo la opción elegida por Gardiner, con una puesta en escena austera, de gran pureza en cuanto a la reconstrucción de lo que pudo ser el evento original en el palacio del Gonzaga: músicos integrados en la escena, sencillez de trajes, decorados y escenografía, dejando que brille lo que es importante: la música y la palabra. Percibo una concepción pura, de retorno al origen, que huye de sofisticaciones e intelectualizaciones que con toda probabilidad estaban ausentes en las pretensiones originales del Divino Claudio, de Striggio o del propio Duque de Mantua en su calidad de pagador.
Por más que aún queden despistados situando estilísticamente a Monteverdi en el Renacimiento, Don Claudio es absolutamente barroco en su diseño de la melodía, de la armonía, del drama o de la disonancia, aunque tal vez él mismo sólo lo sospechara. Pero Gardiner sí que lo sabe y su gestión de tales materiales es perfecta y está bien tocado, bien cantado y suena brillante. Y… y… y a mí su propuesta se me hace divina (sin tener nada que ver que sea yo muy fan suyo, que también), a pesar de unos tempi generales más pausados de lo que nos gustaría. Pero es Gardiner y se ha ganado el derecho de poner los tempi que le parezcan, que sonará bien. Arranca voluntariamente flojito, porque cuando mete esos tutti ornamentando los ritornelli, te da un escalofrío de gustazo musical. Esos importantísimos ritornelli, que Sir John sencillamente borda, suenan como explosiones de frescor frutal, con una riqueza y matices tímbricos espectaculares, respetando la voluntad de Monteverdi. Variedad cromática que, por supuesto se mantiene en los cambios de acto y escenario, cuando transita magistralmente desde la égloga pastoril a los terroríficos dominios de Caronte y Plutón.
Por ampliar detalles, destaco la simpática palmadita de ánimo que da el tiorbista a la desgarradora Mensajera (la pobre ya tiene lo suyo), o mi rendido amor por el tipo del pandero (no he encontrado su nombre), que sin ser Pedro Estevan, suple esa carencia con actitud mayúscula; o su emotivo saludo con Zanassi al final: ambos tienen poca presencia en esta producción, pero de muchísima importancia y calidad. Por cierto, que colocar ahí a Zanassi parece un guiño histórico de lo más acertado.
Al final, uno siente que todo cuadra y el círculo se cierra: representar Orfeo en La Fenice de Venecia (aunque tengo capricho por el San Cassiano, cuando esté reconstruido), con el coro Monteverdi es lo suyo. Y hacerlo tan maravillosamente, lo que debe ser.
Álvaro de Dios