Como si nos confiara su secreto más íntimo, Yago Mahúgo nos muestra en este disco cuales son las piezas que ama de François Couperin, cuales se llevaría a una isla desierta, convertida en un precioso disco (de nuevo en el sello Cantus, como el reciente Haydn ya reseñado en el pasado número de enero) editado con todo mimo, en el que sobresale el espléndido sonido del clave de Keith Hill, instrumento que conoce el clavecinista madrileño del mismo modo que un piloto puede conocer su vehículo. Mahúgo imprime sonoridades de orquestas de corte barrocas en La Superbe, ou La Forqueray, mientras pasea su sabiduría en la música francesa con la serena calma que emerge de piezas como Les Idées Heureuses, que abre el disco con elegancia (soberbio el intérprete, que despliega una dulzura bellísima) o en Les ombres errantes, donde los trinos forman parte de un continuo éxtasis.

Ya nos contó Mahúgo que esta grabación es una antesala de la obra completa de Couperin, que es como escalar el Everest del clave. Pero de esto sabe mucho este intérprete, que las ha pasado peores… Aunque grabar todo Couperin supondrá disfrutar y profundizar de nuevo en la obra de un grande, redescubrir sus bellezas y recomponer, a buen seguro, lo que Christophe Rousset le mostró cuando un joven Yago estudiaba de la mano de este prestigioso maestro. A él está dedicado el disco. De un maestro a otro.

Gonzalo Pérez Chamorro