Dos Sinfonías con apellidos y un puro romanticismo son la nueva muestra del sello de la OCNE, esta vez junto a un director fetiche, como es Ton Koopman, músico original, fresco y siempre abierto a la revisión, cada vez más apegado a la batuta, que en este registro realizado en el sofocante julio de Madrid (2014), en el Auditorio Nacional, cobijados en el frescor “artificial” del edificio que acoge los conciertos de la Orquesta, alcanza unos niveles extraordinarios. La realización sonora es bellísima (la pareja de Koopman, Tini Mathot, produce el disco), por empastes y colores; la orquesta suena divina, hay un trabajo profundo de estudio sonoro, de fraseos y familias. En Schubert el enfoque es apacible, nada conflictivo, la nostalgia supera al dolor, apoyada en fraseos con poco vibrato (contrabajos y cellos), con frases que acercan al oyente hacia un estado de calma (nuevos trinos de la flauta tras el clímax del Allegro o el bellísimo arranque del Andante). Mendelssohn se muestra exultante, desde el parsifaliano arranque del Andante hasta el Chorale conclusivo. Koopman maneja muy bien esta música, la ha dirigido bastante, sabiendo que tiene entre manos una “ampliación del campo de batalla” del órgano. Y las notas de Pablo L. Rodríguez, insertadas en una delicada presentación sin plástico, son inspiradas y distintas. Este es el camino para los nuevos tiempos.

Gonzalo Pérez Chamorro