MIRADAS INTELIGENTES            

Es posible creer en la vigencia del repertorio cuando sus títulos muy transitados aparecen observados y rejuvenecidos por miradas inteligentes, preocupadas de desentrañar cada obra como si no se encontrara ya agotada, el primer paso para ofrecerla al público con una frescura que ilumina lo ya sabido con el temblor estimulante de la novedad.

Werther arrastra la sombra de un sentimentalismo opresivo que amenaza en desplazar el conflicto entre la libertad de la pasión y el código social burgués hacia el tópico romántico del arrebato con pistoletazo. Y L’italiana in Algeri tiene que apechugar con la amenaza de lo bufo como exageración circense. Los equipos formados por los jóvenes directores de orquesta Cornelius Meister y Riccardo Frizza en sintonía con la también joven directora de escena Tatjana Gürbaca y el maduro hombre de teatro Toni Servillo, presentan los títulos de Massenet y Rossini en una estimulante combinación de respeto y originalidad, contando con orquestas sensibles y muy adecuados repartos.

La directora alemana Tatjana Gürbaca (Berlín, 1973) sitúa la acción en un interior, entre paredes de bonita madera clara sin apertura al exterior, símbolo y habitáculo de una domesticidad tan cariñosa y burbujeante como angustiosa y sofocante. Juan Diego Flórez, con más kilos y una espléndida madurez, es el poeta culpable de haberse enamorado de Charlotte, a quien Anna Stéphany presta su lozanía y su jugosa voz, encarnación del ideal femenino como despliegue del conocido abanico de atributos idealizados por la desesperación masculina (belleza, dulzura, generosidad), que alcanzan el paroxismo de lo irresistible cuando se completan con virtudes como la fidelidad a un voto inoportuno, ofrecido a la madre que se despide del mundo con la última dentellada del vampiro: obligar a su hija a que siga siendo esposa, madre y hermana mayor, pero no una mujer.

La orquesta de la Opernhaus de Zurich responde incandescente al criterio del director de orquesta alemán Cornelius Meister (Hannover, 1980), que dota de un inesperado dramatismo a la música de Massenet, liberada de difuminos y languideces. La existencia doméstica, logro de la prudencia y sentido práctico de la burguesía entonces triunfante cohabita con su propio infierno, donde los familiares simulan una felicidad ante la que sucumbe el arrebato del inadaptado. Albert, el marido no amado (Audun Iversen), cuyo nombre resuena como una amenaza, y Sophie (Melissa Petit), la hermanita empeñada en aceptar a Charlotte como modelo, son los testigos mudos e impotentes de la pasión del poeta que sirve para que la esposa-madre-hija-hermane mayor “tome conciencia”, aunque la lucidez no llega a tiempo de evitar el tiro en la sien del hombre libre.

Álvaro del Amo