UNA PÁGINA MUSICAL DE MÁS DE TRES LUSTROS
Cuando Mariss Jansons ingresó en el Conservatorio de Leningrado para estudiar piano y dirección coral en 1956, su padre le pidió que no dejase de estudiar violín, quizás con la esperanza de perpetuar en su mente el recuerdo de los primeros años de formación que corrieron a cargo de la mano paterna. En la mente y en el frágil corazón de ambos; Arvid hallaría la muerte en el podio de la Orquesta Hallé a causa de un infarto en 1984 y Mariss sufriría un ataque cardiaco doce años más tarde mientras dirigía La Bohème en Oslo. Desde entonces hasta el momento de su fallecimiento el 1 de diciembre de 2019, un desfibrilador permitía funcionar correctamente el músculo cardiaco del director.
A pesar de estos problemas de salud, lo cierto es que Jansons supo mantenerse siempre en la primera línea de la dirección orquestal, tanto antes de sufrirlos como después. Evidentemente, los más de tres lustros que se mantuvo al frente de la Orquesta Sinfónica de la Radio de Baviera (OSRB), muestran una de las páginas más impresionantes que un director de orquesta ha escrito en los últimos años, no sólo por la importancia de la institución en sí, sino por los riesgos que conlleva aceptar una responsabilidad semejante y la forma en que el letón supo superar estos riesgos. Precisamente, el álbum que ahora nos corresponde comentar, traza un completo retrato de la labor que el letón desarrolló durante todo ese tiempo.
En cualquier caso, antes de llegar ahí, nos gustaría dibujar al menos la trayectoria de la carrera de un director que no dejó de trabajar desde que en 1973 apareciese junto a Mravinsky como director asociado de la Filarmónica de Leningrado hasta que la muerte le sorprendiera hace ahora dos años. Antes de ello, en 1969, ya le vemos estudiando en Viena con Swarowski y en Salzburgo con Karajan; este último, que sería lo que fuese pero para estas cosas tenía muy buen ojo, quería llevárselo como asistente a su Filarmónica de Berlín, pretensión que fue dada al traste por la fulminante oposición de las autoridades soviéticas; y eso que ya por entonces el salzburgués había traspasado el telón para ofrecer su famosa Décima de Shostakovich, que hizo derramar lágrimas al propio compositor.
El verdadero comienzo de Jansons como director ya consolidado se da cuando en 1979 es nombrado director titular de la Filarmónica de Oslo, cargo que ostentaría hasta el año 2000, en que renuncia tras la negativa de la administración de la orquesta a poner solución a la deficiente acústica de la sala de conciertos. No obstante, durante esas dos décadas, comparte ese cargo con otros, como el de director principal invitado de la Filarmónica y la Sinfónica de Londres desde 1992, o con el de director titular de la Sinfónica de Pittsburgh desde 1997, tras haber sufrido su infarto en el podio de Oslo.
Así llegamos al año 2003, cuando es nombrado director de la OSRB, que es el periodo que comprenden los registros que originan estos comentarios. En realidad, los años de Baviera fueron compartidos con su actividad al frente de la Royal Concertgebouw Orchestra, cargo al que accede en 2004 y que desempeñaría hasta 2015. Tanta actividad, más los problemas de salud, le llevan a renunciar al podio de Pittsburgh precisamente en ese mismo año de 2004. No obstante, a poco que se consulte la agenda de conciertos del letón a lo largo de todos esos años, se podrá comprobar que su labor se extiende a otras formaciones orquestales que requirieron su presencia de forma más o menos frecuente.
La publicación
BR Klassik, la firma de la propia orquesta que se encarga de difundir sus conciertos, ha reunido una importante colección de documentos (nada menos que 70 discos) que nos permiten desarrollar una idea lo más fiel posible de lo que han supuesto todos estos años en que Mariss Jansons ha ocupado el podio. Además de los discos, la publicación incluye un libro perfectamente presentado e impreso, con notas pormenorizadas a propósito del contenido, y espléndidas fotografías de los diferentes momentos de la actividad del director y la orquesta. Todo el material incluido son CD o SACD, excepto dos DVD (el dedicado a Haydn y los Gurrelieder de Schoenberg) y, además, los últimos tres CD contienen ensayos de la Sinfonía Fantástica, la Quinta de Tchaikovsky y Till Eulenspiegel, respectivamente.
Son más de 75 horas de música por las que desfilan tanto los compositores y las obras con las que el maestro mostró siempre mayor afinidad, como aquellas otras músicas que no pueden ser consideradas como sus platos fuertes. Lo que sí hay que reconocer en la labor del letón, tanto en unas como en otras músicas, es su implicación ante la obra que le ocupa; una implicación sincera, apasionada, a veces al límite de sus propias posibilidades físicas y al servicio de un gran sentido de la responsabilidad que raramente podía dejar impasible al auditorio. Pero, sobre todo, la música que transcurre por estos discos nos habla de la madurez de un gran intérprete.
Quien haya seguido la trayectoria del letón, desde los “juveniles” años de Oslo, descubrirá en estos registros al director que ya lleva la partitura perfectamente interiorizada y la transmite al mundo por sus propias ventanas. Un ejemplo muy evidente de lo que decimos lo podemos contemplar en su Strauss; el de estos últimos años es muy diferente de aquel Zarathustra de Oslo, un tanto titubeante y falto de brillo, quizás demasiado volcado hacia su aspecto más exterior. En el que aquí se ofrece, todo está ya mucho más meditado, cada sección nos explica cual es su función en el contexto global de la obra. Así sucede también en su Una vida de héroe o en la Sinfonía Alpina. Es una lástima que no se haya podido incluir aquí el excelente Don Quijote de 2016, con Yo-Yo Ma, quizás la obra donde mejor se puede apreciar todo esto que decimos. Es indudable que Richard Strauss fue uno de los compositores a los que mayor atención prestó el director durante todos estos años y, por lo que se desprende de estas interpretaciones, no sólo por la exigencia de programarlo en una institución con la tradición straussiana de la muniquesa, sino por la profunda atracción que en él despertaba. No deja de ser significativo que el CD 11 contenga lo que en las notas que incluye el libro que acompaña a estos discos se define como testamento, es decir, el concierto del 8 de noviembre de 2019, que incluyó los Cuatro intermedios de Intermezzo y la Cuarta de Brahms.
Los ciclos
Beethoven, Brahms y Mahler gozan de gran presencia en toda la publicación. A través de estos discos se pueden visitar los respectivos ciclos sinfónicos de los tres compositores, además de alguna obertura, otra Novena más y la Misa en do mayor de Beethoven, y la Cuarta de Brahms a que hemos hecho referencia anteriormente. Independientemente de los gustos de cada uno, yo creo que, por razones de pura historia musical, conviene conocer estas versiones, aunque el letón se muestre mucho más acertado, por lo general, en Mahler que en Beethoven, por ejemplo. Los discos dedicados a las Sinfonías del de Bonn se encuentran, además, salpicados de obras de autores contemporáneos que tienen mucho que ver con el espíritu del compositor.
Bruckner y Strauss también gozan de extraordinaria presencia en la publicación; del bávaro ya hemos hablado antes, el Ansfelden está representado por las Tercera, Cuarta, Sexta, Séptima, Octava y Novena Sinfonías, además de la Misa n. 3, procedente de uno de los conciertos del último año de vida del director. Ya hemos hablado en otras ocasiones acerca del Bruckner del letón, en líneas generales es evidente que adquirió un gran dominio del lenguaje del compositor, aunque no sé si llega a gestionar del todo el imponente tremor de tensiones que subyace en esta música; en este último aspecto, lo que más me ha gustado personalmente es la recreación que hace de la Misa.
Shostakovich también tiene su particular apartado reservado entre estos discos, como no podía ser menos, con algunas de sus Sinfonías, más el Primer Concierto para piano, con un Matsuev un poquito grueso de trazo. Lo mismo que Stravinsky. También Tchaikovsky, con las dos últimas sinfonías más algún poema sinfónico; pero lo verdaderamente relevante es la inclusión de La Dama de picas, obra fundamental que Jansons conocía y transmitía especialmente bien. La versión que se incluye es algo anterior a la que publicó Unitel procedente del Festival de Salzburgo de 2018, con la Filarmónica de Viena y un reparto sensiblemente superior al que aquí figura.
Música coral
Entre todo el material incluido, la música coral ocupa un lugar de excepción, como no podía ser de otra manera habida cuenta la tradición de la institución bávara. Ya hemos mencionado algunas, como las Misas referidas de Beethoven y Bruckner, pero junto a obras de tradición como estas, o los Requiem de Mozart y Verdi, encontramos otras más novedosas, como el imponente Réquiem-Estrofas de Wolfgang Rihm, tratado con especial fervor por parte de orquesta y director. En Las Campanas de Rachmaninov, Jansons además se encuentra en su elemento, lo mismo que le sucede en un muy sentido Stabat Mater de Dvorák, nunca nos cansaremos de reclamar su lugar en el repertorio para esta obra. Un disco ejemplar a este respecto es el CD 39, que incluye una Misa Berlinesa de Pärt, un Stabat Mater de Poulenc y una Sinfonía de los Salmos de Stravinsky que son un auténtico primor. También el War Requiem de Britten encuentra su lugar entre estos discos. Observamos, por tanto, la inquietud mostrada por el director a través de la música coral por hacer convivir la tradición que otorga la fuerte personalidad característica de la orquesta, con la necesidad de dar a conocer la obra de los compositores contemporáneos, que además asegura esta fuerte personalidad para la posteridad. Esto se hace extensivo a la labor del director en sus líneas generales como un músico íntegro e integrado como perfecto motor de la institución.
En conclusión, se trata de un álbum que nos narra los últimos quince años de actividad de una de las instituciones musicales más importantes del orbe. Al frente de ella se encontraba un letón, nacido en Riga en medio de unas condiciones extremas; este es un ejemplo de su trabajo. Muy recomendable.
Rafael-Juan Poveda Jabonero