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Discos recomendados de Ritmo

En esta sección encontrará los 10 discos que la revista RITMO recomienda cada mes, clasificados por meses y por su orden de recomendación del 1 al 10. Se archivan los recomendados desde junio 2011, para ver anteriores ir a "Ritmo Histórico".
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Ritmo Julio-Agosto 2021 - Núm. 952

MAHLER: Sinfonías ns. 1-10.

Berliner Philharmoniker
Claudio Abbado, Gustavo Dudamel, Bernard Haitink, Daniel Harding, Andris Nelsons, Yannick Nézet-Séguin, Kirill Petrenko, Sir Simon Rattle.
Berlin Phil Media BPHR200361
(10 CD / 4 Blu-ray · Libro 128 páginas)



La crítica

MAHLER EN BERLÍN

Cuando se fundó la Orquesta Filarmónica de Berlín (Berlin “Philharmonisches Orchester” fue su primer nombre) el 1 de mayo de 1882, Gustav Mahler tenía solo 21 años y era director de ópera en Ljubljana. Ninguna de sus sinfonías había sido aún esbozada, pero ya en 1895, a los trece años de la creación de la hoy conocida mundialmente como Berliner Philharmoniker (Orquesta Filarmónica de Berlín), Mahler la dirigió en cuatro conciertos, incluyendo el estreno mundial de su Segunda Sinfonía ante una audiencia casi vacía. Hoy, la suma de Mahler + Sinfonía Resurrección + Filarmónica de Berlín sería un “sold out” asegurado.

Hasta el renacer mahleriano ocurrido en torno a la década de 1960, la Filarmónica de Berlín trató a Mahler como un desconocido, siendo recibido por el público con la misma cara que pondría un náufrago al aparecer en una abarrotada playa española de verano. Nikisch, Furtwängler, Klemperer, Scherchen o el apostólico Bruno Walter dirigieron Mahler a los berlineses, hasta que de 1932 a 1948 el III Reich silenció el nombre de Mahler, como de tantos otros. No mejoraron mucho las cosas en el breve periodo de Celibidache (conocida fue la poca consideración que tenía por esta música) y la coronación del emperador Karajan, que tampoco lo consideró una prioridad para “su” orquesta.

Con el paso de los años y conforme se encanecía el geométrico tupé de Herr Herbert, Mahler comenzó a tener presencia en los atriles berlineses, especialmente con la Quinta, la primera Sinfonía de Mahler que dirigió Karajan. Hay que recordar que el gran director mahleriano contemporáneo de Karajan fue Bernstein, “vetado” en Berlín hasta que en 1982 pudo pisar la alfombra roja y sentar cátedra en una Novena para la historia, el mismo año que Karajan se despidió para siempre de Mahler con la Filarmónica de Berlín en el Carnegie Hall. Antes llegaron las Cuarta, Sexta y Novena de Karajan, al tiempo que directores invitados como Barbirolli, Solti, Ozawa, Mehta, Kubelik, Sinopoli o Haitink (quien grabó con la orquesta en los ochenta y noventa seguramente el mejor ciclo que éstos han registrado), amén de Boulez, que servía el café mahleriano sin azúcar, forjaron en los berlineses un profundo y variado conocimiento mahleriano, que alcanzó su plenitud con la llegada de Claudio Abbado y, posteriormente, con la de Simon Rattle.

Todos estos viajes mahlerianos y el equipaje acumulado en más de cien años de interpretaciones, han culminado en esta edición que bien podría exhibirse en las vitrinas de un museo, dada su lujosa presentación y el excepcional contenido, con diez CD y cuatro Blu-ray, así como tres importantes artículos en un libreto de 128 páginas. Abbado, Dudamel, Haitink, Harding, Nelsons, Nézet-Séguin, Petrenko y Rattle, una alineación mahleriana incontestable, pero una selección que bien podría haber sido otra (¿Barenboim, Mehta?), aunque se ha querido respetar la tradición y los nuevos nombres, añadiendo a éstos los tres últimos titulares, Abbado, Rattle y Petrenko, del que se ha escogida una Sexta (2020) que no acaba de transmitir el funesto vaticinio de un siglo XX asolado por dos guerras mundiales, especialmente en un militarizado primer movimiento, que sigue al pie de la letra el indicativo “energico”, entendido como velocidad en lugar de intensidad. El Andante, en cambio, hace florecer a una orquesta en absoluto estado de gracia.

Abbado mantuvo en sus últimos años un idilio con Mahler, mostrando en el Adagio de la Décima (2011) su sabiduría. Sin tempi lentos, el italiano flota sobre nubes de azufre y despliega una sábana de tímbricas deslumbrantes, como ir de un extremo a otro de un puente, en un lado con la modernidad y las catástrofes anticipadas del siglo XX y en el otro con un romanticismo herido de muerte. Emocionante.

Para Harding, muy presente en cada temporada berlinesa, la Primera viene a ser como la “pastoral” de Mahler, que va desarrollándose como la descripción beethoveniana de su Sexta. Muy hermosa, pero a ratos sin la debida personalidad. Con Nelsons, la Segunda (2018) adquiere un cariz de sinfonía decisiva, de enorme música transformada en un acto litúrgico de devoción y entrega. Grabada casi al mismo tiempo que su versión con la Filarmónica de Viena (CMajor), poco difieren, aunque el mundo que se encierra en cada sinfonía, como enseña la bella portada de esta edición debida al artista estadounidense Robert Longo, es imposible calcarlo en otra interpretación por el mismo director, y menos si se hace con otro fórmula 1 tan distinto como son los vieneses (curiosamente, el primer Mahler que dirigió Nelsons en su vida fue la Segunda en Riga, cuando era director de la Royal Opera House).

Triunfante Dudamel

Quizá el gran “triunfador” de esta edición sea Dudamel, que firma dos grandes interpretaciones de dos obras que conoce bien, Tercera y Quinta (2014 y 2018), especialmente la segunda, de la que crea el posiblemente mejor segundo movimiento de la discografía. Esta Quinta, madurada y con las enseñanzas de Abbado asimiladas con sus propias experiencias (la dirigió por vez primera en el año 2000, bajo la atenta mirada del milanés), tiene un claro mensaje artístico qué decir, sabe desde la primera nota hacia dónde va la música, es decir, el trabajo de director es sobresaliente. Lo mismo ocurre con Rattle, para el que la Séptima y Octava (2016 y 2011) no encierran secretos. Como ha afirmado en más de una ocasión, Mahler fue la razón de hacerse director de orquesta, y su conocimiento y evolución mahleriana ha ido a más, creando en esta Séptima una alabanza al siglo de Lulu y Wozzeck, una pesadilla de la cuesta despertarse y en la que unos músicos entregados crean la que quizá puede ser la más “perfecta” ejecución posible. Y la Octava, una incómoda invitada de difícil resolución por su grandilocuencia, es llevada por Rattle a su territorio y dirigiéndola como si del Gerontius de Elgar se tratara, nada dispar, pues parece que Mahler había estudiado este oratorio antes de componer la Sinfonía de los Mil. 

Podría parecer cuestionable que se haya escogido la Cuarta (2014) de Nézet-Séguin, pero son suficientes las razones cuando se escucha, en espacial porque la orquesta está de fábula (el violín solo del concertino recientemente jubilado Daniel Stabrawa), adoleciendo la batuta de ciertos altibajos. Con la Novena de Haitink (2017) se enlaza con la gran tradición (Mengelberg). Pocos nombres como Haitink están más unidos a Mahler en los últimos cincuenta años. Pero no es la Novena “la” sinfonía de Haitink, que deja que se evaporen antes de tiempo todos los últimos suspiros de esta música, un camino directo hacia la nada y el más allá, aunque el concepto bruckneriano de afrontar los clímax le otorga una consistencia sinfónica colosal, brutal, de las que dejarían sin palabras y aturdidos a aquellos que ese día pisaron la Philharmonie berlinesa, una sala donde Mahler ya es considerado uno de los grandes planetas de su galaxia.

Gonzalo Pérez Chamorro

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