Richard Egarr,clave.
HMU 907511.14. (4 CDs)
Harmonia Mundi Ibèrica
Aun sin leer la breve nota que firma en el libreto, escuchando a Richard Egarr interpretar esta música resulta evidente cuánto le gusta y cuánto disfruta tocándola. Se diría incluso que podría tocarla completa de un tirón, de principio a fin, de memoria: cinco horas de música prodigiosa interpretada en una especie de éxtasis estético ininterrumpido. El instrumentista británico confiesa sin ambages que Louis Couperin es no sólo el mejor compositor de su ilustre familia (desbancando así, por tanto, a François, “Le Grand”) sino el mayor creador de música para clave de todos los tiempos, poniendo el énfasis en la inigualable simbiosis que se produce entre música e instrumento. Son pentagramas nacidos desde, para y por el clave, sin que sea posible el trasvase a ningún otro instrumento sin que la música pierda con ello no sólo gran parte de su identidad, sino también de su razón de ser. Egarr, que es un virtuoso consumado, despoja a Couperin de esa aura de languidez que a veces empaña las interpretaciones de la música del compositor francés y, fiel a su característica vitalidad, le insufla nuevas energías. No quiere ello decir que la música suene ni precipitada ni irreflexiva, pero el conjunto sí que transmite la imagen de un compositor no sólo libre (sobre todo en sus famosos preludios “non mensurés”, por supuesto) e imaginativo, sino también vitalista y poseído en todo momento por una fantasía impredecible. El modo en que Egarr plasma el style brisé es modélico y su perfecto sentido del tempo y el ritmo hacen que cada danza resulte identificable de inmediato, sin caer jamás en la monotonía a pesar del muy reducido marco formal en que se mueve la música del francés. Otro británico, Davitt Moroney, grabó, también para Harmonia Mundi, una integral dedicada a Louis Couperin a comienzos de los ochenta. Su versión cuenta a su favor con la baza del empleo de tres instrumentos históricos excepcionales frente a las dos –extraordinarias– copias modernas de Joel Katzman elegidas por Egarr, pero la de ahora la supera en calidad de sonido y, si se quiere, en grado de convicción.
Egarr cree fervientemente en esta música y a los pocos minutos nos sentimos empapados por su fe. Aun así, nadie ha tocado quizás a Louis Couperin con la sabia combinación de precisión y abandono de Gustav Leonhardt y esta excelente y muy recomendable integral no excluye escuchar sus diversos registros sueltos, una cima en su género. Escuchar, por ejemplo, la soberbia Tombeau de M. Blancrocher sirve de inmejorable botón de muestra de una y otra: humana y tangible la de Egarr, trascendente y suspendida en el aire la de Leonhardt. Grabación y presentación insuperables de Harmonia Mundi, un sello que sigue apostando por la calidad y el riesgo extremos en medio de las mayores adversidades. Ojalá que su empeño encuentre la respuesta que se merece: este es un álbum para los verdaderos amantes de la música.
LG