with the New York Philharmonic Vol. 1.
CMajor 800208 (7 DVD)
…Y LEONARD BERNSTEIN DIJO: “HÁGASE LA LUZ”
Con algo de retraso, pues el pasado verano conmemoramos los cien años de su llegada a este mundo, aterriza en nuestro país una de esas series de culto que marcaron musicalmente a toda una generación de oyentes. Por fin se han traspasado a DVD los míticos “Conciertos para jóvenes”, que protagonizara un lozano Leonard Bernstein en estado de gracia y elocuencia, junto a su esposa orquestal, la Filarmónica de Nueva York. En nuestro país se pudieron ver hace años gracias a Canal Plus, a lo que se le unió en 2004 la publicación de “El maestro invita a un concierto” (Siruela) donde se daban cabida a quince de los textos más significativos. Desde 1958 hasta 1972 este profesor nato, uno de los músicos más influyentes del siglo pasado, regaló a la cadena norteamericana CBS nada menos que 53 conciertos retransmitidos en directo a toda la nación, donde los sonidos inmortales de los clásicos se fusionaban con la chispeante oratoria del presentador, en unas alocuciones cercanas y amoldadas a los espectadores más jóvenes de la casa (es delicioso verle interactuar con la chavalería metiéndoselos en el bolsillo con un simple chasquido de dedos). Aunque bien es cierto que se pueden disfrutar de estos programas didácticos a cualquier edad, pues viéndole y, sobre todo, escuchándole, resulta muy difícil no mutarse en ferviente melómano.
Ese amor apasionado por la música y sus grandes creadores, las seductoras dotes pedagógicas, además de su magnética y vivaz personalidad a la hora de explicar la música y sus misterios, se colaban a través de las ondas electromagnéticas en los hogares de esa América que intentaba enterrar el macartismo, batallando por entonces contra la segregación racial. Hasta 1962 las retransmisiones se desarrollaron en el Carnegie Hall, trasladándose ese mismo año al recién inaugurado Philharmonic Hall, lo que hoy conocemos como el David Geffen Hall, residencia habitual de la Filarmónica de Nueva York en el Lincoln Center.
Unos tiempos gloriosos aquellos en los que la televisión radiaba valores educativos y formativos, que hoy por desgracia han sido exterminados en favor del “tontismo” y la ignorancia más zafia. La tele servía para hacer personas más cultas, y por tanto más libres e inteligentes, algo quizá demasiado peligroso para los que manejan los hilos político-económicos. Solo Bernstein y su privilegiada labia era capaz en pleno 1959 o 1960 de sacar pecho ante la chiquillería, consiguiendo embobarlos en la escucha del Concierto para orquesta de Bartók, el Preludio de Tristán o explicarles con atino (aprovechando su centenario) quién demonios fue Gustav Mahler (sin duda, junto al revelador “¿Qué significa la música?”, o el divertido “El humor en la música” uno de los mejores episodios de la serie).
“Los niños entienden mejor la música de Mahler que los adultos”, afirma desafiante antes de sumergirlos en el final de La canción de la tierra. Y es que el massachusettense cose con hilo fino todas las partituras que nos presenta, dando sentido y forma a la rica exposición discursiva.
Océano de sabiduría
Este primer volumen, que pronto tendrá su continuidad con otro pack de 6 compactos más, está formado por 7 DVD que ofrecen nada menos que 16 horas de grabaciones. A estas alturas sobra decir que entre los subtítulos ofertados no tiene cabida nuestro idioma. Temporalmente arrancan un 18 de enero de 1958, extendiéndose hasta marzo de 1964. 17 capítulos en total de casi una hora de duración, que poco importa que técnicamente provengan de los tiempos de las cavernas televisivas (tres de ellos están dedicados a los entrañables “jóvenes intérpretes” donde podemos descubrir a un veinteañero Seiji Ozawa, recién nombrado director asistente de la formación neoyorquina, enfrentándose a la Obertura de Las Bodas de Fígaro). Lo verdaderamente importante está en el interior y no en el envoltorio.
Eso sí, podemos comprobar cómo año tras año las retransmisiones mejoran técnicamente en imagen y sonido, algo que provoca desconcierto a veces, como cuando el presentador tiene que pelearse con el interminable cable de un micrófono que no ceja de hacerle la zancadilla. Es una gozada ver a Lenny danzar sobre el pódium, transmitiendo felicidad, mientras dirige esas obras que amó más que a su propia vida, radiante con ese flequillo a lo Elvis, que lo emparentan con las estrellas del rock & roll.
A las explicaciones, divagaciones y comentarios siempre acertados y divertidos del maestro (su nutritivo sentido del humor brilla en cada uno de los programas), se le unen fragmentos completos de algunas de las piezas desgranadas (¡qué gran disfrute es verle dirigir el Bolero!). De ahí que, gracias a su ímpetu y dinamismo, Bernstein salte de la batuta al piano para explicar un pasaje o utilice la propia Filarmónica como si de un sonajero de bebé se tratara (la batuta es la tiza y la orquesta su particular pizarra). Una agrupación en la que se pueden divisar entre el prehistórico blanco y negro a primeros atriles legendarios como: John Corigliano (concertino y progenitor del célebre compositor que curiosamente participaba entonces como guionista), el gran Stanley Drucker (clarinete), el húngaro Laszlo Varga (cello) o el longevo violista William Lincer.
Los textos y guiones (con el tiempo Bernstein no necesita echar mano del papel escrito, atreviéndose incluso a improvisar) poseen por sí mismos una vertebrada solidez, muy bien estructurados y repletos de ingeniosos ejemplos sonoros, que los convierten en genuinos adiestramientos sobre el arte musical. La riqueza de sus comentarios y su audacia al mezclar lo erudito con lo popular, lo divino con lo profano, así como entrelazando la música con las demás artes, dejará satisfecho tanto al oyente de andar por casa, como al más aventajado. Solo con el arma de su verborrea era capaz de evangelizar musicalmente a cualquiera que se pusiera por delante. Es lo que tiene ser un Dios, que cuando lo desean son capaces de hacer surgir la luz para nosotros.
Javier Extremera