Un documental dirigido por Georg Wübbolt.
CMajor, 735908 ( DVD)
LEONARD BERNSTEIN: MÁS GRANDE QUE LA VIDA
“La música puede dar nombre a lo innombrable y comunicar lo desconocido”
(Leonard Bernstein)
Intentar abarcar, en algo menos de una hora, la vida y milagros de una figura tan emblemática y eterna como fue Leonard Bernstein, supone una tarea frustrante, pues la amputación resultará inexcusable. El valiente progenitor de este desafío fílmico está condenado a pegarse tiros sobre sus pies, pues será inevitable pasar de largo por ciertos pasajes de su vida (como, por ejemplo, su bisexualidad). Agujeros negros argumentales que terminan por emborronar el dibujo final, pues adolece de la profundidad y dimensión que pide a gritos este hombre del Renacimiento. Es lo que intenta zurcir con brillo el habilidoso Georg Wübbolt en su entretenida y bien condimentada “Larger Than Life” (solo ofrece subtítulos en francés y alemán), que vuelve a dar en la diana, como ya hiciera en sus anteriores acercamientos a otros dioses de la batuta como fueron Solti (rememorando su centenario en la espléndida “Journey of a lifetime”) o Carlos Kleiber (en la soberbia “I am lost to the world”).
Su voz rotunda, hipnótica y radiofónica, cuarteada por la nicotina y la destilación, digna de esos cowboys curtidos en mil peleas, irrumpe en la narración con su habitual embrujo para comunicar ideas y tallar aforismos. A casi un siglo de su alumbramiento, su poder de seducción sigue más vivo que nunca. Temperamental y caleidoscópica celebridad por la que muchos seguimos suspirando, pues él solo era capaz de provocar orgasmos en mitad de una sala de conciertos.
Esta nueva aproximación audiovisual (orientada, sobre todo, al gran público) a este sempiterno contemporáneo que fue Lenny, no disimula el hurto de fragmentos y pasajes de otros documentales ya editados, como por ejemplo sus inolvidables introducciones, parrafadas y ensayos (en especial los de su último Mahler), entrevistas televisivas o incluso gajos de aquella extraordinaria exploración sobre música y judaísmo que era “The little drummer boy”. Por tanto, la pregunta resulta inevitable, ¿aporta algo nuevo el filme? Rotundamente sí, pues nos revela algo tan imaginativo y ensoñador como es el relato oral. Aparte de sus pilares visuales, el documento se aferra al testimonio de viva voz de la gente que trabajó junto al Bernstein músico y aquellos que convivieron con el Leonard hombre. Aquí radican sus valores cinematográficos, el de escuchar de primera mano quién demonios fue ese genio, para así nosotros mismos garabatearnos nuestra propia efigie.
Sobresalen poderosamente las historias (ungidas por motivos fabulescos) de sus tres vástagos: Nina, Jamie y Alexander, su único varón, que consigue emocionarnos cuando íntimamente nos desvela cómo su progenitor se despidió de este mundo entre las paredes de su apartamento neoyorquino y con un partido de fútbol americano como mortuoria banda sonora. También sorprende su sinceridad, pues no esconde el lado más vanidoso de su padre (“¡yo soy Leonard Bernstein, maldita sea!”, solía vociferar en sus disputas). Relevantes y divertidas también, gracias a la cercanía e invisibilidad, las anécdotas y chismes de su asistente personal, Craig Urquhart, que le esperaba entre bambalinas con un whisky en una mano y un cigarrillo recién prendido en la otra. Otros de los testimonios vienen introducidos por grandes nombres del oficio que trabajaron estrechamente con él, como: Christoph Eschenbach, con el que hablaba de Teología (“exhalaba pasión por cada uno de sus poros”, asegura), Kent Nagano (nunca le estaremos lo suficientemente agradecidos por su “generosidad y compromiso con las generaciones venideras”, afirma), Marin Alsop (con nueve años vio en la tele un Concierto para Jóvenes y decidió hacerse directora), el crítico Norman Lebrecht, el intendant Peter Jonas (“después de unos cuantos vasos de licor surgía una cascada de ideas, historias y momentos divertidos”, revela), el letrista Stephen Sondheim, el director de escena Otto Schenk o el musicólogo encargado de editar su correspondencia (libro, por cierto, aún sin traducción hispana).
Siempre Mahler
El filme (muy orientado al mercado USA), abre dos líneas paralelas argumentales bien ilustradas y complementadas entre sí. Dos mundos (la batuta y el papel pautado) que en Lenny parecían converger en uno solo. Sus incontestables dotes como director de orquesta bebieron de dos fuertes personalidades. De un lado, Mitropoulos, de quién lactó el gesto, la gimnástica y el placer de danzar sobre el pódium. El otro vaso comunicante fue el mítico Koussevitzky, de quién heredó (aparte de sus gemelos) el instinto emocional, la profundidad expresiva y la devoción por Sibelius. En el apartado compositivo, siempre ocupó un puesto primordial Aaron Copland.
El documental se detiene con más detalle sobre algunos de sus hitos personales. Como aquellos memorables broadcasts de la CBS titulados Young People’s Concerts (1958-1972), junto a su orquesta del alma, declaraciones de amor por la música que despertaron vocaciones y embelesaron a millones de espectadores. Y por supuesto, Mahler, sombra larga e inevitable en su apasionante carrera como director. Él se sacó de su chistera una nueva tradición interpretativa, pues terminó siendo el listón con el que se mediría en el futuro a los demás (en su ataúd alguien metió una copia de la Quinta Sinfonía). Como extra fragmentos de entrevista de Nagano (relata una solazada anécdota sobre una misteriosa nota de la Quinta Sinfonía de Tchaikovsky), Alsop (“Bernstein no hablaba de música, simplemente hablaba de la vida”) y Gustavo Dudamel, que no sabe qué cara poner al confesar que durante un concierto llegó a romper una de sus batutas cedidas por la Filarmónica neoyorquina y custodiada como una milagrosa reliquia.
Javier Extremera