(Repertorio desde Bach a Ligeti). Leonard Bernstein, pianista, director y compositor. Diferentes orquestas, coros y solistas.
Sony, 88843013302 (80 CDs)
EL HOMBRE PERFECTO
“Mi hombre ideal, si tuviera que elegir entre los vivos, quizá sería Albert Schweitzer… O Leonard Bernstein”. De este modo daba a conocer sus preferencias Audrey Hepburn como la soñadora Holly Golightly en el filme Breakfast at Tiffany's (Desayuno con diamantes), cinta de Blake Edwards (1961), una adaptación sobre la novela de Truman Capote. Eran los años sesenta, la América de los sueños sobre sábanas de barras y estrellas adoraba la figura de Leonard Bernstein y lo consideraba una de sus más grandes figuras sociales y culturales, al que idolatraba desde que tomó las riendas oficiales de la New York Philharmonic Orchestra en 1958, la gran orquesta americana (“Nueva York para los neoyorquinos”, afirmó aquel simpático alcalde…). En Europa se ha prestado atención a Bernstein como se le debe, es uno de los más grandes, pero siempre tuvo que competir con todos los directores vestidos discográficamente de amarillo, color que ha perdido su brillo en los últimos años. Y si tuviéramos que preguntar a todos y cada uno de sus admiradores (yo el primero), casi todos coincidiríamos en que conocemos mejor al Bernstein de sus años europeos que americanos, es decir, el Bernstein que obró milagros con DG antes que el que trabajaba día y noche para Columbia-CBS, ahora Sony.
Lenny forever
Esta lujosa edición en caja grande, acompañada con un precioso libro repleto de fascinantes fotografías y un emotivo artículo de David Gutman, omite todas las grabaciones de ciclos de sinfonías (desde Haydn a Sibelius), una gran parte de lo grabado entonces para Sony, pero, a cambio, están todas las obras orquestales y concertantes, incluyendo las de firma propia, ya que Lenny, además de compositor de primera fila, fue un director incomparable para su propia música, algo que el siglo XX se encargó de demostrar que no siempre compositor y director, en una misma persona, eran la mejor combinación para esa música.
Lo más extraordinario de toda la colección, además de los suntuosos estéreos rebosantes de naturalidad, son las colaboraciones, todas de primer orden y en algunos casos absolutamente celestiales (por ejemplo, Stern o Serkin). La concepción de Bernstein es mucho menos libre que en los años en los que cruzaba el charco para dirigir a una Filarmónica de Viena que jamás ha vuelto a sonar como cuando él la dirigía (de toda su carrera, él mismo afirmó que si tuviera que quedarse con una sola grabación, sería la del arreglo para orquesta de cuerda del Cuarteto Op. 131 con la Filarmónica vienesa). En la música, llamemos clásica, Bernstein era admirable, aunque aquí solo encontremos un poco de Mozart (Conciertos para piano ns. 15 y 17 con Columbia, de finales de los 50, deliciosos, o un n. 25 con Israel ya madurito, entre otras cosas, todas sensacionales), y bastante Beethoven (entendimiento perfecto), del que destacan los Conciertos con Serkin y Gould (emocionante Primero con Gould o referencial Quinto con Serkin, con un lento irrepetible) o un abrasador Concierto para violín con una grandísimo Stern.
Algunos compositores no parecen mejor servidos, véanse todos los norteamericanos (Schuman, Copland, Ives, Barber, Gershwin o Grofé) o especialidades de la casa, tipo Nielsen (el disco con los tres Conciertos es único), Hindemith (sentía especial apego por él), Britten, Grieg, Sibelius, Holst (unos emocionantes Planetas, lejos de la perfección de un Karajan), un Debussy superior a sus experimentos con la Santa Cecilia romana, un Ravel de enorme color orquestal (el Concierto en sol con la Nacional de Francia es bien conocido, pero se añade otro con la Columbia Symphony que es puro Jazz) o aciertos repletos de belleza en música romántica (Mendelssohn, Schumann) y Rachmaninov (nada azucarado). De otra pasta es su Tchaikovsky, con una de las grandes Francesca da Rimini de la discografía, o un Concierto para violín de Berg con Stern, más presente como despedida del XIX, al que debe todo, antes que con la música del XX, de la que espera algo…
También hay lugar para algún capricho, como la estrafalaria música de Paul Ben-Haim (el colectivo manda), el extraño Bartók de los Conciertos (Entremont) o los Vivaldi (con Stern y Menuhin, ojo, además de las Estaciones con Corigliano). De dos de los colosos del siglo XX, Stravinsky y Strauss, hay mucho material, especialmente atractivo en Stravinsky (se repiten varias obras) y si Strauss no fue siempre bien recibido en Nueva York, los resultados son raramente decepcionantes, comparados con la escasa sintonía (¿exceso de emoción, falta de criterio?) con Wagner (dos discos de música orquestal), con el que Lenny forever estuvo mirando frente a su puerta y, salvo en una ocasión, jamás se atrevió a entrar. Nadie es perfecto.
Gonzalo Pérez Chamorro