Música clásica desde 1929

Discos recomendados de Ritmo

En esta sección encontrará los 10 discos que la revista RITMO recomienda cada mes, clasificados por meses y por su orden de recomendación del 1 al 10. Se archivan los recomendados desde junio 2011, para ver anteriores ir a "Ritmo Histórico".
Haciendo "clic" en el título de cada disco o sobre la foto, accederá a su ficha y a la crítica publicada en Ritmo y, cuando es posible, a las diferentes tiendas donde podrá adquirir el disco físico, o a las plataformas digitales desde donde podrá escucharlo en "streaming" o descargarlo online.

Ritmo SEPTIEMBRE 2014 - Núm. 877

LEGATO: THE WORLD OF THE PIANO.

AIMARD: Obras de Bach, Carter, Benjamin y Beethoven. HAMELIN: Chopin, Debussy, Haydn y Gershwin. PÖNTINEN: Couperin, Rameau, Busoni, Albéniz.... BEREZOVSKY: Beethoven, Medtner, Liadov ....
Euroarts, 2059848 (4 DVDs)



La crítica

EL MUNDO VISTO DESDE LAS TECLAS

El muniqués Jan Schmidt-Garre se ha convertido en una frondosa y revitalizadora referencia dentro del género documental sonoro. Su magnífico curriculum se agranda aún más con esta acertadísima serie creada de su puño y titulada Legato: The World of the Piano, cuyos ejes son cuatro pianistas, que si bien ninguno sobrepasa la línea de la genialidad, son hoy rentable reclamo de auditorio. Los cuatro DVDs del cofre poseen idéntico organigrama. Un retrato del intérprete de media hora (con subtítulos), donde apuntan con pinceladas las obras que van a ejecutar. El recital en sí al que hemos sido previamente reeducados y, por último, una extensa e informal charla biográfica (en inglés y sin subtítulos) entre los pianistas y el realizador. A todos se les plantean cuestiones sobre la interpretación, el instrumento y el repertorio. No se puede contar más cosas en menor tiempo (magnífico el uso de la elipsis), ni se puede filmar más en menor espacio físico, con una cámara nerviosa que parece seguir al pie de la letra la dinámica de la partitura (gran fluidez de movimientos). Una mirada muy inquieta durante el recital (continuos travellings), siempre en busca de una belleza plástica de hermosos y originales encuadres (a veces solo vemos el reflejo de las manos sobre el barniz). Schmidt funde con finura, bajo sortilegios de puro cine, los pasajes de los ensayos con los registros ya en vivo.

El más emotivo es el de Pierre-Laurent Aimard, que extrae momentos de sólido valor para la retina y el corazón. Nos traslada hasta el neoyorquino hormigón por el que deambulaba Elliott Carter, quien, sentado al piano de su hogar, revisa con el francés las piezas suyas del concierto. Caténaires, que tanto recuerda al universo de Ligeti, la compuso pensando en sus dedos. Un momento muy especial (de interiorizada congoja) donde Aimard no puede más que agarrar su frenético corazón bajo síntomas de veneración. Hablamos en Harvard con el mayor sabio bachiano vivo, Christoph Wolff, quien desgrana algunos de los enigmas del Arte de la Fuga, posiblemente la obra más misteriosa, moderna y absoluta de la humanidad. Antes del concierto (Munich, 2008) Aimard intenta amortiguar el poderoso Steinway metiendo cartones entre los macillos (el afinador hace como que no ve nada). Su vigoroso y denso Bach (austera ornamentación) es polifónicamente vivo, pese a que se ennegrezca en algunos pasajes. Jamás pierde el control apoyado en un uso constante de los pedales. Mundano, sabe como exprimir todos los recursos tímbricos y dinámicos del instrumento, consiguiendo esa atmósfera de film noir que reivindica la obra. Se mueve como pez en el agua entre los afilados pentagramas de Carter y Benjamin (poderoso Shadowlines), y aunque decir esto no le hace precisamente un favor, es lo mejor de todo el recital. La Op. 110 (con su lamentosa Fuga final) resulta algo gélida y objetiva, más intelectual que pasional, escasa de vuelo poético y canto, desangrándose lentamente en el oído estrangulado por la impulsividad (falta mayor desesperación y dolor).

Lo mejor del dedicado al canadiense Hamelin es verlo desmigajar algunos de los Preludios de Debussy (Libro II) frente al piano casero, deteniéndose en el humor del clown General Lavine y en los malabares lumínicos de Feux d’artifice. El recital (Festival Ruhr, 2007) nos propone un extenso jardín de flores y espinas. Las flores son para el madoroso Haydn. Música tan agradecida que es difícil no sacarle jugo (brillante aderezo), pese a que parezca respirar con un solo pulmón. Discreto y cauto el Debussy, que pese a no hipnotizar ni hechizar debido a su falta de refinamiento, transparencia y perfume impresionista, a veces consigue introducirnos (con cuentagotas) vaporosos elementos sonoros. La espina para una ilegible e inadmisible Tercera Sonata de Chopin, fuera de estilo y de lugar, donde es difícil encontrar un atisbo del polaco entre la madeja sonora (a veces habría que ponerle grilletes a tanta libertad formal).

El recital menos seductor es el del sueco Roland Pöntinen, uno de esos que toca el piano sin conseguir nunca fundirse con él. A su casa (vemos una foto de Arrau sobre su piano) le llega un sobre con la última partitura de Kaija Saariaho (cuatro folios) para estrenarla en el Festival de Ruhr (2007). Nos trasladamos hasta el parisino apartamento de la finlandesa para descifrar junto a ella la nueva obra. El también pianista Janos Solymon nos habla de esa prodigiosa máquina de coser que es la Toccata de Busoni (“maravillosa fanfarronada” asegura). El concierto es variado, tanto idiomáticamente como temporalmente (abarca casi cuatro siglos). De Couperin y Rameau (poco finos y depurados) saltamos a un musculoso Busoni. La escurridiza Cuarta Balada de Chopin (sin poder de comunicación, interiorización, o sutileza) parece por momentos un vehículo en aquaplaning. Incluso se atreve con nuestra Rondeña y la colorida Triana (difícil divisar la cabeza de Albéniz entre tanta zarza) en lo que es una batalla perdida tanto rítmica como expresiva (como un sueco en Torremolinos).

El documental más divertido es el del caótico y cosmopolita Boris Berezovsky, que vuela hasta Munich para encontrarse con su viejo amigo el compositor galés Dafydd Llywelyn (parece surgido de un cuento gótico), de quien estrenará en Essen una obra que asegura ser un psicodrama del carácter del moscovita. Un encuentro plagado de cómplice humor. Su campechana y desgarbada figura (condenada a llevar perpetuamente un cigarrillo en la boca) genera un sonido potente de irresistible rítmica y arrolladora fogosidad (adora improvisar en los conciertos). Para su recital (2006) elige la fuerza expositiva de Medtner y sus fantasiosos Cuentos, que tanto recuerdan los universos pianísticos de Prokofiev o Rachmaninov, hasta llegar a ese deslumbrante conjunto arquitectónico que son las Variaciones Diabelli (les pone imágenes a algunas frente a su cerveza) regalando una lectura clásica y meditada, pese a su querencia a embadurnar todo de neblina, pero sabiendo siempre contrastar y explorar cada una de ellas con musicalidad (lástima que a veces se quede corto en el desparrame poético).

Javier Extremera


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