LA FUENTE INAGOTABLE

El retrato de Mozart que protagoniza la portada del disco es el conocido e inacabado de Joseph Lange, como conocidas e “inacabadas”, según Harnoncourt, son las tres últimas Sinfonías de Mozart, que tras muchos años de estudio sobre ellas, el maestro berlinés ha llegado a la conclusión de que forman una unidad, que él ha llamado Instrumental Oratorium. La grabación tuvo lugar en la Musikverein vienesa en octubre de 2013, siendo de una calidad extraordinaria, aspecto crucial para descifrar las texturas sonoras y los particulares colores del conjunto fundado allá en 1953 en Viena, por lo que esta grabación es también una conmemoración a los sesenta años del conjunto.

Si hacemos caso a lo que el maestro nos cuenta en la entrevista paralela, incide y mucho en el comienzo de la n. 39 y en el final de la n. 41, como un alfa y omega sinfónico que agrupa al resto de movimientos de las tres Sinfonías. Tal es la energía que desprende el Adagio-Allegro inicial de la KV 543, que parece una prolongación de la Obertura de Don Giovanni, de hecho, hay muchas conexiones armónicas e incluso espirituales. La claridad en las texturas es enorme, acompañada de cierta rusticidad y la habitual rudeza en los ataques que imprime Harnoncourt (los timbales, solo para las Sinfonías ns. 39 y 41, le suenan de modo muy especial, posiblemente las baquetas sean únicas). La originalidad es firma de la casa, como la sorpresa, nada parece rutinario, nada suena como uno cree esperar. La fragilidad de estos instrumentos, con poca longitud de arco, genera que las respuestas a las preguntas musicales tengan una respuesta más breve de lo habitual, acortando la nota de conclusión (Andante de la 39), alcanzando el clímax con un ímpetu barroquista y, si me apuran, hasta vivaldiano en su extravagancia. El colorido es muy hermoso, no se pierde en los ritmos salvajes que imprime a los Menuetti, que están dirigidos con tempi ágiles (Mozart es preferible ágil que lento, se convierte en pesado, por eso el tempo, como decía Solti, debe fluir hacia la velocidad natural).

Los finales de las Sinfonías ns. 39 y 40 son auténticos tour de force para las maderas, que sufren al articular a tal velocidad, pero que, dada la calidad de los instrumentistas, la resolución final es muy brillante. Caprichoso el Menuetto de la n. 40, el drama se apodera de esta obra desde la primera nota, como no podía ser menos, según nos explica el maestro, además de tener detalles de gran clase en el Allegro assai final. La energía que desprende la Júpiter es colosal, con una “brusquedad” intencionada en el conjunto sonoro, que en la sordina del Andante alcanza estados de absoluta belleza, gozando de una dirección muy densa, nada proclive a la elevación. Es curioso, pero los primeros registros de estas Sinfonías de Harnoncourt, antes de estos, fueron con la Royal Concertgebouw (Teldec), orquesta que se desenvuelve mejor que el Concentus en las últimas Sinfonías de Mozart, cuando el Concentus parece hecho para las primeras.

Mozart racial, volcánico y nada confortable. Un Mozart de un señor de ochenta y cinco años, que encuentra en estas obras una fuente inagotable de bellezas. Quién dijo que podría haber monotonía en sus interpretaciones…

Gonzalo Pérez Chamorro