Las novedades discográficas del simpar Michael Spyres se empiezan a convertir en todo un acontecimiento, no solo por la calidad de sus medios (actualmente se encuentra en un gran momento vocal), sino también por la originalidad de los programas. Esta vez, con la figura de Wagner como final de trayecto, el tenor se recrea en las principales fuentes de las que el compositor alemán bebió durante su formación.

El viaje comienza en Francia con Méhul, el vínculo más directo a su admirado Gluck. Una contrastada primera escena de Joseph le vale al cantante para demostrar su afinidad con el repertorio galo del primer XIX, algo que revalida en la peliaguda aria del Masaniello de Auber. Del belcanto italiano, además de la entrada de Pollione, con singulares variaciones en el da capo, sorprende la facilidad para dominar la endiablada escritura del Leicester de Rossini, ciertamente precursora de la del tenor romántico. Un fraseo imaginativo y un elegante legato muestra además en ll Crociato de Meyerbeer para cerrar la triada italiana. Y ya en el repertorio alemán, antes de concluir con un introspectivo Rienzi (¡qué delirio es ya de por sí “Allmacht’ger Vater”!) o un lírico y matizado Lohengrin, se luce en la escena de Floristan, rol del que bien conoce los resortes.

Al espléndido canto de Spyres se une la sensibilidad de Rousset, que sabe bien crear el ambiente adecuado para cada pieza. Impecable asimismo la prestación de su conjunto.

Pedro Coco