Concierto del pasado año enmarcado en la programación del centenario Festival de Salzburgo con un triunfador absoluto: una impresionante Filarmónica de Viena que volvía a vociferar a los cuatro vientos que es la mejor orquesta de nuestro presente (qué prodigio de metales y qué sedosidad y fragancias en la cuerda). En el atril ese sabio nonagenario que es Blomstedt, que regala una versión de absoluta referencia de una obra mínimamente registrada en imágenes como es la Tercera Sinfonía de Honegger. El gesto apacible de este milagro de la neurociencia (que no duda en recrearse en la belleza del sonido) no va en consonancia con la intensidad y tensión desplegada, atestada de expresividad y colores oscuros y tempestuosos. Tanto que a veces uno llega a dudar que esta música la pariera un francés, pues es notoria la “germanización” que consigue de la partitura. Un verdadero espectáculo escuchar aquí a tan sublime orquesta.

Es imposible encontrar una pareja musical de mayor simbiosis que Brahms-Viena, como lo demuestra una hermosa Cuarta Sinfonía que es pura delicia, aferrada a la claridad polifónica y a un personalísimo cantabile marca de fábrica. Toda una experiencia en sus privilegiadas manos, como demuestra la sapiencia desplegada en el desarrollo de las Variaciones del soberbio Finale que rebulle en una fascinante y doliente coda manejada con guante de hierro. Eternos.

Javier Extremera