Después de una larguísima espera al fin podemos disfrutar (desde casa) de esta sombría, turbadora y por desgracia poco transitada obra. Una propuesta de altura (Theather vienés, 2012) que permite admirar por vez primera en imágenes el Matías el pintor de ese “mero productor de ruidos atonales” (Goebbels dixit) que fue el reputado violista Paul Hindemith. Ópera compleja y laberíntica, poseedora de grandes momentos de turbador y hondo teatro musical, erigida en denunciatoria partitura de unos tiempos en Alemania dominados por la infamia y lo vil.

El compositor se desdobla en el pintor renacentista Mathis Grünewald, un artista (como otros muchos en otras muchas épocas) corroído por la duda de si seguir pariendo obras de arte cuando el mundo se derrumba víctima del crimen y la intolerancia. El retablo de Isenheim, la lucha de clases y de religión, así como la defensa de valores eternos como la libertad y la justicia, son los ejes narrativos de su correoso libreto. Magnífica y expresionista la escena firmada por el británico Keith Warner, giratoria, mística, negra, hábilmente resuelta y tutelada por un gigantesco y escultórico crucificado extraído del panel central del legendario retablo.

Equilibrado reparto donde sobresale la solvencia de Kurt Streit en su espinosa tesitura. Al magnífico coro eslovaco se le une la diestra y concienzuda dirección de Billy. A explorar.

Javier Extremera