When music resounds the soul is spoken to.
Un documental de Paul Smaczny.
Accentus 20417 (DVD)
LOS MÚSICOS QUE NUNCA ESTUVIERON AQUÍ
En cualquier oficio, para llegar a ser un verdadero maestro, se necesita de un largo proceso acumulado tanto de aprendizaje y destreza, como de experiencia. Y el oficio o la profesión de director de orquesta no son ajenos a este mandamiento. Una gran batuta no surge de la noche a la mañana. Fecunda y brota, se forma y aprende vivamente, se moldea acorde a una personalidad, cuaja, ahonda, y (alguna que otra vez) eclosiona al exterior en forma de gran artista. Si a hacer películas se aprende rodando, en la dirección orquestal se aprende subiendo y bajando del pódium. Y miles de idas y venidas llevarán ya sobre sus espigadas piernas ese milagro de la música y de la neurociencia que es Herbert Blomstedt, que este mes de julio cumplirá 96 años y sigue al pie del cañón, negándose a colgar los guantes. Una personalidad incuestionable hoy de la dirección, ser humano sencillo y discreto, que fue un gran desconocido para el oyente durante gran parte de su carrera. Hoy al fin es reverenciado allá por donde va como lo que es, un enorme músico con un áureo historial y una personalidad infranqueable.
Por su vida y milagros bucea el magnífico documental del maestro Paul Smaczny titulado “When music resounds, the soul is spoken to” (Cuando resuena la música, se le habla al alma), que desgrana a la perfección la figura de este hombre, de este currante de la música, humanista y muy cercano, que durante demasiados años pareció no haber estado nunca aquí.
Nacido de casualidad en los EE.UU, pues su padre era pastor protestante que de Suecia saltó al nuevo mundo para llevar la palabra de Dios, con solo dos años regresa al país que siempre ha sentido su hogar. Allí le vemos disfrutando de una puesta de sol sobre el lago que baña su campestre finca en el interior de Suecia. La religión siempre ha tenido un papel importantísimo tanto en su vida, como en su trabajo, pues por ejemplo jamás dirige en sábado, ya que se lo prohíbe la Iglesia Adventista del Séptimo Día a la que pertenece (condición que siempre le respetaron las innumerables orquestas por las que ha pasado).
Mientras nos cuenta cómo fueron sus primeros años y los oscuros de galera bajo el yugo totalitario, la cámara le sigue alrededor del mundo en sus diversos compromisos profesionales. Pese a que su único sueño desde pequeño fue el de llegar a ser organista en la Thomaskirche y poder interpretar una Cantata de Bach cada domingo, ha acabado manoseando a todas las grandes orquestas de este planeta. Desde que debutara con la Sinfónica de Gotemburgo en los sesenta, a saltar el muro en los años 70 para dirigir en la Alemania comunista a la Staatskapelle de Dresde y a la Gewandhaus de Leipzig, sin duda su etapa más fecunda y también la más desconocida por el oyente. Nos muestra parte de su voluminosa biblioteca legada a la Universidad de Gotemburgo, pues como él mismo nos dice, “en la antigua RDA no se podía gastar el dinero en otra cosa que no fueran libros”. Nos cuenta orgulloso cuando Karajan viajó hasta Dresde para grabar con ellos sus legendarios Meistersingers y la cara que puso el salzburgués cuando la Staatskapelle arrancó milagrosamente su Obertura. El trabajo en la sombra de Blomstedt, hizo que se registrara en una sola toma, pues Karajan quedó tan satisfecho que no les pidió una segunda lectura.
De Europa, ya en los ochenta, saltaría al continente que lo vio nacer, focalizando sus esfuerzos en San Francisco, hasta finalmente aterrizar en Viena, Lucerna o Tokyo al frente de la NHK. “La música influye en el carácter de una persona” sentencia mientras nos muestra en su despacho los retratos firmados de Sibelius, Bruno Walter (sin duda un espejo formal para él), Toscanini y Furtwängler. “Tempestuoso e impulsivo, dirigía con el cuerpo” afirma sobre el berlinés. “Una vez le acompañé a un ensayo de Toscanini y a los pocos minutos de empezar se marchó tildándolo de ser una simple batidora de tiempo”. Un documento veraz, revelador y humanista sobre uno de los directores más longevos y buena persona de la historia de los sonidos.
Javier Extremera