Javier Perianes, piano.
Harmonia mundi 902626 (CD)
UNAS GOYESCAS UNIVERSALES
Javier Perianes parece haber talado al fin ese tronco arraigado y tradicional que partía del propio Granados y que fue ramificando en Frank Marshall y Alicia De Larrocha, al conseguir desprenderse de esa pesada cadena que al parecer todos los pianistas que se acercan hasta la obra del leridano deben de sostener, exponiendo una lectura libre y personalísima de Goyescas que no está fundamentada en el localismo o nacionalismo que tanto menoscabo le ha hecho a esta monumental música para piano. El folclore está, pero no está enfatizado, ni es el elemento primordial, digamos que no es la razón de ser para el intérprete, sino que es un elemento más dentro de la armonía, lo que hace que Granados entre de lleno en la modernidad, en pleno siglo XXI y que deje de ser un romántico español y catalán para convertirse en un músico universal, pues estas Goyescas pueden ser entendidas y disfrutadas, no solo por alguien nacido aquí, sino también por un habitante de la Cochinchina. Ya era hora que nuestros pianistas no solo tuvieran en mente a Albéniz o Falla cuando abrían esta partitura, pues lo que consigue milagrosamente Perianes es que a su banqueta se sienten a pasarle las páginas los Debussy, Chopin, Schumann, Liszt o el mismísimo Richard Wagner. Y es que, esta ya legendaria grabación marcará un antes y un después a la hora de interpretar la obra pianística de Granados.
Registrado magníficamente el pasado mes de mayo en el Auditorio de Zaragoza (pueden ampliar en la entrevista al pianista en las páginas 18-20 de este número), Perianes propone un Granados innovador, fundacional, sensorial y con músculo, técnicamente apabullante, de bravura e hipnótico en la creación de atmósferas, de prodigioso sentido rítmico, seductor colorido y asombrosos contrastes, con una sobrehumana carga de expresividad, fabulosa mecánica, sensual pulsación, un sabio uso del rubato y una asfixiante y desgarradora tensión armónica. “Los Requiebros” derrochan de esa “galantería” que exige la partitura, resaltando en cada nota la belleza musical de la tonadilla y sus variaciones. Como en esa interminable y amorosa aria (casi belliniana) recitada deliciosamente en el “Coloquio de la reja”, atiborrada de matices debussyanos.
“Las Quejas o la maja y el ruiseñor” es una de las cimas del ciclo por la hondura, melancolía y poética desplegada, con esa forma tan sublime de hacer cantar al piano. La inolvidable Balada, “El amor y la muerte”, de fuerte aliento wagneriano, es sin duda una de las cumbres pianísticas en la carrera del onubense (lo que hace con el abisal adagio es indescriptible), por su riqueza de contrastes, el resuello trágico, la expresividad de sus ornamentaciones, el estiramiento del tempo, la transparencia de su línea de canto y ese despliegue ensoñador de cada uno de los leitmotivs. La muerte del majo jamás sonó más a Liszt. Sublime. El virtuosismo, el temperamento, esos dedos cristalinos, los colores vivos y la flexibilidad rítmica se desbordan en el sugerente espectáculo visual y sonoro de la inevitable propina del “Pelele”. Un disco para toda la eternidad.
Javier Extremera