Un documental de Werner Herzog.
Arthaus, 109208 (DVD)
“QUE MI VIDA SE TORNE EN MUERTE”: HERZOG ENCUENTRA A GESUALDO
Por si aún existiera por ahí algún despistado sin conocerlo, vuelve a reeditarse (con subtítulos patrios) el documental “Gesualdo, muerte a cinco voces”, que filmara ese escurridizo animal en peligro de extinción que es el polifacético Werner Herzog. Desde sus primeros pasos en el oficio, allá por la década de los 60, su obra fílmica ha estado marcada por la genética documentalista que lleva en la sangre, pues fue y será siempre referencia y piedra angular dentro del género. Guionista, productor, actor, realizador e incluso director de escena operístico (inolvidable aquel mar de negro oleaje en el Lohengrin de Bayreuth’87). Y es que este ciudadano del mundo, curioso empedernido y viajero infatigable, continúa aún hoy regalándonos con puntualidad germana algunas de sus enriquecedoras experiencias vitales por este mundo, ya sea descubriéndonos esa Capilla Sixtina de la pintura rupestre que es la cueva Chauvet o introduciendo su cámara en las fauces de un gran oso grizzly.
Junto con los Fassbinder, Schlöndorff y Wenders, fue uno de los padres putativos de aquello que se dio a llamar el “Nuevo Cine Alemán” (Neuer Deutscher Film). Pese a su irregularidad y falta de puntería como cineasta de ficción, el tiempo le ha ido guardando un lugar privilegiado en nuestra memoria fílmica gracias a películas de abigarrada potencia sensorial. Algunas gobernadas por la desequilibrada mirada de su actor fetiche, el inclasificable Klaus Kinski. Ahí perduran el monumento visual a la megalomanía de Fitzcarraldo, la naturaleza trágica y poética del Segismundo bávaro en El enigma de Kaspar Hauser, el intrínsico acercamiento al enfermizo universo de Büchner en Woyzeck o aquella bajada a los infiernos de la condición humana que supuso Aguirre, la cólera de Dios, seguramente su más legendaria aportación al Séptimo Arte. Entusiasta documentalista curtido en mil batallas, el mundo de la música también encontró amparo ante su revelador objetivo.
Ahí están para demostrarlo aquel magnífico documental rodado a corazón abierto en Bayreuth (The Transformation of the World Into Music) en el que nos enseñaba las tripas del Festival acaecido en 1994, o esta Gesualdo, íntimo y subyugante trabajo para la televisión germana de 1995, sobre uno de los compositores más injustamente olvidados por nuestras enciclopedias, pues la soledad y tormento con los que convivió a lo largo de su afligida vida, parece no haber encontrado aún consuelo. Un compositor que gracias a sus títulos nobiliarios no necesitó de mecenas para hacer realidad su ficción sonora, lo que seguramente le convirtió en el primer autor libre de ataduras formales y materiales, pues en esencia y génesis, su música fue escrita para deleite de sí mismo.
Príncipe de las tinieblas
Rodada íntegramente bajo suelo italiano (sobre todo en el pueblo de Venosa, ubicado en la sureña provincia de Potenza), “Gesualdo, muerte a cinco voces” nos propone un viaje rememorativo rodeado de espíritus malignos y escotados fantasmas sobre la figura del Príncipe de Venosa, uno de los más grandes compositores de Madrigales de todo el Renacimiento. El retrato arranca en el ahora ruinoso castillo de su propiedad (ese al que Stravinsky viajara en un par de ocasiones para rendirle pleitesía a su trastornado morador), en el que se recluyó sus últimos y amargos 16 años, antes de fenecer en 1613, según algunos cronistas, debido a las heridas infectadas del látigo con el que habitualmente solía abrir sus carnes, pues al parecer el masoquismo (“a demandé” de sus propios criados) reinó con holgura entre sus sábanas.
Herzog explora de la mano de una omnipresente “steadicam” cada uno de los rincones de su hogar y de su vida, consiguiendo que la película se siga como si de un desasosegante relato hitchcockiano se tratara. El director de “Fata Morgana” juega también con la ficción, pues al relato más netamente documental y paisajístico, intercala secuencias de pura ficción dramática, como por ejemplo, esa entrevista a pie de escalera con la despecheretada reencarnación de Maria d’Avalos, primera esposa de Gesualdo, la cual fue acuchillada (junto con su amante el Conde Carafa) en el lecho de su palacio napolitano por el propio madrigalista. Incluso uno de los descendientes actuales de la casa d’Avalos nos muestra en una de las habitaciones de su polvoriento palacio, la cama en la que ella se despidió de la vida. Tras esto, su locura no encontró límites. Acabó también con su hija recién nacida (pues la creía fruto de la infidelidad), dejándola morir por inanición en un cesto colgado de una ventana, mientras abajo un siniestro coro no cejaba de cantarle un Madrigal sobre la belleza que conlleva la muerte. Además, este perturbado ser se autoimpuso una sudorosa penitencia, pues en pocos meses se taló todos los árboles del bosque que rodeaba su fortaleza.
Entre gota y gota de macabro suspense y drama, Herzog intercala bellísimos pasajes musicales de algunos de sus atmosféricos Madrigales, que cobran vida de la mano del competente Il Complesso Barocco, comandado por el recientemente fallecido Alan Curtis (fascinado por la figura de Gesualdo), quien tacha su música de radical y original. Así como del Gesualdo Consort, fundado por el experto en estas lides Gerald Place, que nos certifica que su autor era un visionario, pues solo hay que detenerse en el uso del cromatismo y la disonancia para darse cuenta de la modernidad de sus armonías. Curtis nos destripa lo que para él es su más inalcanzable obra maestra, el Madrigal Moro Lasso, incluido en el Libro VI. Música que el estadounidense califica de “indómita”, adjetivo que nos sirve también para explicar el genio de este otro explorador del alma humana travestido en cineasta de leyenda.
Javier Extremera