Arias, escenas y lieder de BACH, BRAHMS, GRIEG, HAENDEL, MAHLER, SIBELIUS, WAGNER, etc.
Varias orquestas, directores y pianistas.
Decca, 478 3930 (CD)
OTOÑO DORADO
La perfección casi inalcanzable del canto de Kirsten Flagstad la ha convertido en un auténtico mito para, podríamos decir, la totalidad de aficionados a la lírica, y por lo tanto cualquier reedición discográfica que la tenga como protagonista es motivo de celebración. Precisamente se cumple este año el cincuentenario de su desaparición (Oslo, 7 de diciembre de 1962), y el sello discográfico que recogió sus últimos testimonios musicales edita ahora una bella caja homenaje con la totalidad de sus recitales.
Resulta curioso que con menos de cuarenta años pasara por su mente la retirada, aún desconocida para el público americano y gran parte del europeo, y tenemos que agradecer a los directivos del Metropolitan que pensaran en ella para sustituir a una enferma Frida Leider; gracias a ello, en 1935 comenzó su verdadero reinado wagneriano. Años más tarde, con la Segunda Guerra Mundial, decidió volver a su Noruega natal para estar junto a su marido, y un malentendido tras otro hizo que su regreso a Estados Unidos estuviera plagado de rechazo e incomprensión. Afortunadamente, antes de su retirada de la escena en 1953 pudo interpretar varios roles allí, entre ellos una genial Alceste de Gluck que esperemos se reedite como es debido. Y tras esta retirada comenzó su carrera discográfica más intensa, primero con Emi, y más tarde, a partir de 1956 en Decca, gracias al tesón del productor y amigo John Culshaw. Obviamente, al tratarse de recitales, no están aquí los dos actos que grabó de Die Walküre, pero esperamos que junto a Alceste y quién sabe, el Rheingold de Solti, sean objeto de una integral de su aportación operística al sello inglés.
Comenzaremos el análisis de la colección por orden de presentación, y por lo tanto toca primero a Richard Wagner y sus Wesendock-Lieder. Se trata de una versión escalofriante, en la que nuestra soprano está acompañada nada menos que por la Filarmónica de Viena y bajo las órdenes de Hans Knappertsbusch. De los cinco lieder, nos quedamos lugar a dudas con el 'Traüme' que cierra el ciclo. Si bien en la grabación de 1948 acompañada al piano por Gerald Moore su voz suena más desafiante, aquí, con una orquesta que la mima en todo momento, podemos apreciar las mil sutilezas que madurez y técnica permiten sólo a las más grandes. En el mismo disco, tenemos también dos Mahler muy recomendables, aunque su fraseo en los Kindertotenlieder no nos llegue tanto como el de los Lieder eines fahrenden Gesellen. En el abandono de 'Die zwei blauen Augen' -a pesar de las tiranteces en el registro agudo- encontramos de nuevo a la espléndida liederista, que como veremos después se siente más cómoda con la intimidad del piano.
Del Wagner operístico, que ocupa la totalidad del segundo disco, poco se podrá añadir. Es reina absoluta en este campo, ya sea en el terreno más lírico con Elsa -sueño inconmensurable- y Sieglinde -difícil que nos emocione más un 'Du bist der Lenz- o en el más heroico, con una Inmolación de Brunhilde que nadie podría atacar con igual resultado rozando los sesenta años. Los directores, sobre todo Solti y Knappertsbusch, ayudan y mucho al feliz resultado.
Y entramos con el tercer y cuarto disco en la canción romántica - y post-romántica- nórdica, con Sibelius y Grieg a la cabeza. Recuerda quien esto escribe que la primera vez que escuchó a Kirsten Flagstad fue precisamente con el Haugtussa de Grieg, que en la versión de 1956 con Edwin McArthur perfila de un modo magistral, por lo que no puede dejar de recomendar su escucha, tan diferente a la del resto de colegas por lo matizado de su interpretación. La evolución de los sentimientos de la joven doncella a lo largo de las ocho canciones es reveladora, y en la infranqueable línea de canto hallamos todo el espectro de emociones requerido en la partitura. Igualmente inspirada en Sibelius o el más contemporáneo Harald Lie, nos preguntamos qué debieron experimentar en directo los espectadores de alguno de sus últimos recitales. En el lied alemán destaca su aproximación al universo de Johannes Brahms, menos ameno que el de Schubert o los Myrten de Schumann y más adecuado a la madurez de su instrumento en 1956.
Y para finalizar, tras piezas sacras del ochocientos e himnos noruegos muy interesantes por lo infrecuente, al menos fuera del país escandinavo, encontramos un recital barroco de lo más sorprendente. Lógicamente con criterios que hoy en día harían estremecer a los puristas, se acerca a unas cantatas de Bach que pocas veces se han interpretado con tanta honestidad y robustez. Lo mismo se podría decir del 'Sommi dei' de Radamisto handeliano o el celestial 'Oh Sleep' de Semele. Versatilidad y gran respeto por una profesión que la llevó a lo más alto del Olimpo operístico.
P.C.J.