Posiblemente en ningún otro músico actual se manifieste con mayor clarividencia que en Barenboim la expresión “todo lo grande es simple”, en el sentido que lo explicaba Furtwängler; muy especialmente si atendemos a sus últimos trabajos. Este disco (si no nos equivocamos, el primero que se publica desde que se declaró su enfermedad) es un claro ejemplo. Lo decimos porque, si antes el argentino era un maestro en obtener una visión de conjunto de la obra a interpretar, al tiempo que ensamblaba del modo más adecuado cada uno de los elementos que la componen (es decir, en comprenderla como un todo orgánico), ahora esto se eleva a la enésima potencia. El maestro se mimetiza con la orquesta, de modo que parece no haber diferenciación entre él y los diferentes atriles. De sus miradas, sus gestos y sus débiles movimientos, parece fluir una fuerza espiritual interior que nos muestra la obra como un todo orgánico e inapelable. El lema de la Filarmónica de Berlín (“Espacio - Música - Individuo”) se evidencia cuando el argentino la dirige como raramente había ocurrido antes. La orquesta materializa en sonido lo que su mente la transmite. De nada sirve comparar esta versión de la Sinfonía en re menor de César Franck con cualquier otra de las más grandes, porque es única y quizás las contenga a todas ellas. Es la obra de arte como necesidad.

En Fauré transmite con unción el paraíso de emociones sonoras contenido en su Peleas y Melisenda. De nuevo, la orquesta está inconmensurable.

Rafael-Juan Poveda Jabonero