No sé qué le puede rondar por la cabeza a un clavecinista (también fortepianista) como Yago Mahúgo, cuando decide finalmente acometer toda la obra para clave de François Couperin, dado que son 220 piezas divididas en 4 libros, que ocuparán un total de 11 CD. Lo más parecido es cuando un alpinista decide embarcarse en encumbrar los 14 ochomiles que marcan el techo de este mundo. Imagino que todo es absorbido por el megaproyecto, que la cabeza no deja de pensar en esto y que el trabajo de preparación y estudio hasta verlo plasmado debe ser titánico…

Para Monsieur Mahúgo esta escalada no ha hecho más que comenzar, y sus 11 ochomiles ya han tenido la primera cumbre con este primer volumen primorosamente editado y con un sonido que nos traslada a las cortes versallescas y, sobre todo, que nos enseña una música de una belleza indescriptible, repleta de adornos, con un exquisito gusto de Mahúgo en sus ornamentaciones. Las piezas, como el lector sabrá, son breves y se suceden unas a otras en modo de suites con sus habituales nombres rimbombantes, pero también muy seductores. Algo tan breve como la Gavotte del Orden I es una delicia, con ese fino cambio de registro del clave (hay muchas sorpresas deliciosas en el disco), con una claridad interpretativa que se apoya en una intensidad rítmica enorme; o las sarabandas La Majestueuse, Les Sentiments o La Lugubre, de enorme belleza visual. Aunque si hay momentos en este disco que deben pasar a la historia, es en La Ténébreuse, donde el clave es desafiado por mismas las leyes de la naturaleza.

Gonzalo Pérez Chamorro