El hombre sin hogar

La imagen y la percepción que tenemos de Pierre Boulez es la actual, la del señor mayor de gesto escueto que aplica su racional emotividad a sus propias composiciones. Pero los noventa años de este Monsieur nos han dejado etapas más combativas que las de sus últimos veinte años, cuando sus estrenos no se anunciaban en primera página y cuando las mejores orquestas del mundo no le tenían reservado, como ahora, el lugar que eligiese para dirigirlas. Esta edición rinde homenaje al Boulez maduro, que ha celebrado su 90 cumpleaños, el que ya no sudaba para recorrer los pasillos del conservatorio a toda pastilla tras Messiaen o el que ya no se enzarzaba con quien fuera para defender la nueva música en Darmstadt.

Si ha habido un director que se haya beneficiado más que ninguno (y quizá también el compositor) de los avances tecnológicos en las grabaciones discográficas, este ha sido Boulez. Su capacidad de diseccionar las obras, en una mano empuña un bisturí y en la otra un pincel fino, las ha recogido con ejemplaridad la tecnología digital, con o sin imágenes, mostrando al espectador sonoridades únicas, planos perfectos y absoluta precisión rítmica (“si hay un director con el que tenga que grabar los Conciertos de Ravel ese es Boulez, con él no sucederán los diecisiete errores habituales que tienen todas las orquestas con estas obras”, afirmó Krystian Zimerman).

EuroArts ha recorrido su catálogo y ha elaborado una ejemplar colección, a la que ha puesto la guinda con el portentoso concierto completo que ofreció Daniel Barenboim con la Chicago Symphony, donde están unas sensacionales interpretaciones de las Notations I-IV (con los años, quizá no mejoradas, pero sí más pensadas; es obra habitual del argentino), además de La Mer de Debussy y el Sombrero de Falla; un DVD muy sonado. Pero quizá no es la música lo más rutilante de esta edición bien llamada “Emoción y Análisis” (pincel y bisturí), ya que hay seis documentales, si incluimos el bonus en el que “explica” El pájaro de fuego, tras interpretarlo con la Orquesta de París en el Louvre.

Todo es de una calidad excepcional, tanto en lo sonoro como en lo interpretativo (las dudas, si las hay, es en Bruckner). Salvo el DVD de la colección Classic Archive, en blanco y negro, todo es de muy alta calidad audiovisual, incluyendo además una Consagración con la London Symphony de 1997, interpretación marca de la casa (él se mantiene imperturbable mientras se derrumba el mundo a su alrededor). En 1968 ya hacía un Debussy extraordinario, época de su integral para Sony, donde aparece con gafas de sol, traje y corbatín, emulando a su paisano Jean-Paul Belmondo; solo le falta un pitillo a medio caer mientras dirige unas Images reveladoras.

Documentales

A excepción del dedicado a la Academia del Festival de Lucerna, donde llega a decir que se siente como “un hombre sin patria; no tengo hogar, soy un hombre que ha ido viviendo según surgía mi vida y en los lugares que me tocaba”, documental que deja un rastro algo irreal con tufillo a propaganda de élite sobre la Academia suiza (con mucha presencia de Pablo Heras-Casado), el resto son abrumadores retratos de este ser que aplica un peculiar sentido del humor en algunas de sus afirmaciones. Editado en la reclinatoria colección Juxtapositions, Eclat, de Frank Scheffer, es un extraño por hipnótico filme, que bucea en el compositor de manera arriesgada, pero que consigue atrapar al espectador por la mezcla de música y palabras (“la mezcla de timbres, esa es la clave”, la mezcla de palabras y música, esa es la otra, añadimos aquí). Paul Klee es una recurrente experiencia en la creación de Boulez, así como la rítmica más racial, la del gamelán, el gegaku japonés y los ritmos africanos, que confirma la tremenda precisión rítmica que hay que tener en su música (por eso adora a Webern). A Lesson by Pierre Boulez, de Andy Sommer, recrea una lección del maestro, una master class volcada con los más jóvenes. Y Sur Incises, también de Sommer, ofrece esta música con un flotante ambiente de efectos visuales. En Emotion & Analysis, que da nombre igualmente a la edición, de Paul Smaczny y Günter Attein, ensaya con la Filarmónica de Berlín el Concierto para orquesta de Bartók, el mismo que ofrece en el Europakonzert de 2003 en Lisboa. Sabio, con absoluto conocimiento del compositor, explica punto por punto la obra, realizando un rubato “bien medido” con un alucinado Albrecht Mayer, el oboísta. Por citar su obsesivo perfeccionismo, cuenta los segundos de reverberación del Monasterio de los Jerónimos lisboeta, para dirigir en consecuencia. Imprescindibles.

Musicalmente hay una Octava de Bruckner que no es “mi” interpretación, pero la construcción del edificio sonoro mantiene toda la energía y grandiosidad posible, mientras que la Segunda de Mahler, en una óptica opuesta a un Bernstein, es otra excelente interpretación, cuidando los excesos. Pero lo grande, lo muy grande viene con un Pájaro de fuego con Chicago, que cuenta con una soberbia Schäfer en Debussy (Ballades Villon y Lulu-Suite), el mejor Pájaro posible, y eso que la versión del Louvre con la Orquesta de París ya es alucinante. Pero París, que puede tener tantas cosas maravillosas, no tiene la orquesta que hay en Chicago. Monsieur Boulez, joyeux quatre-vingt dixiéme anniversaire.

Gonzalo Pérez Chamorro