EL GRAN BAÚL DEL RECUERDO
Sony Classical reúne en una caja de 120 CD una gran parte de todo el legado discográfico que dejó tras de sí uno de los directores de orquesta del pasado que mayor número de grabaciones realizó a lo largo de toda su carrera. La presentación es ejemplar, tanto por lo que podemos ver desde fuera, como por sus contenidos. Estos contenidos se distribuyen por dos medios, los propios CD que contienen la música y el extraordinario libro que los acompaña, de más de doscientas páginas, donde se puede acceder a la información detallada del contenido de los discos, además de un excelente artículo escrito por Wolfgang Stähr que sirve de introducción. En realidad, cabe pensar que se trata de una primera parte de todo el legado de Ormandy, pues los registros aquí incluidos parten del año 1944 y se extienden hasta 1958; es decir, como bien reza en el título, de los años de Columbia. No obstante, desde este último año y hasta 1980, la retirada del maestro, o 1985, el año de su muerte, resta una inmensa cantidad de registros que, además, se corresponden con la etapa más fructífera del director, tanto en lo que se refiere a cantidad como (sobre todo) a calidad.
Primeros pasos
Tras su formación en Budapest y unos primeros años recorriendo como violinista la convulsa región centroeuropea de la segunda década del siglo XX, el joven Ormandy decide trasladarse a EE.UU, donde se establece en 1921. Los primeros trabajos que obtiene se encuentran relacionados de algún modo con el cine y la radio; primero, en 1924 aparece como violinista en la Orquesta del Teatro Capitol de Nueva York, lugar donde se proyectaba cine, y la orquesta acompañaba con su música las imágenes; más tarde, también llegaría a realizar programas de conciertos para la radio, cuando en 1930 llega a Filadelfia, sustituyendo al año siguiente a Toscanini por enfermedad de este último. También en 1931 fue nombrado director de la Orquesta de Minneapolis, cargo que ostentaría hasta 1936; precisamente en ese último año es nombrado codirector de la Orquesta de Filadelfia, junto a Leopold Stokowski, quien abandonaría definitivamente la orquesta en 1938. Ormandy ya no se bajaría del podio de Filadelfia hasta su retiro en 1980. Se puede decir de este modo que, durante una buena etapa del siglo XX, algunas de sus más renombradas orquestas vieron ocupados sus podios por directores húngaros: Fritz Reiner en Chicago (a quien sucedería Georg Solti), George Szell en Cleveland, Antal Dorati en Minneapolis y Detroit y, finalmente, Ormandy en Filadelfia.
En realidad, la publicación que nos ocupa parte de los años inmediatamente posteriores a los que presencian la toma de contacto del húngaro con la orquesta. Tras su nombramiento al frente de la formación, Ormandy y Filadelfia conformaron un binomio comparable al de Karajan con la Filarmónica de Berlín, Solti con la Sinfónica de Chicago o Mravinsky con la Filarmónica de Leningrado. No lo decimos únicamente por el tiempo que cada uno de ellos se mantuvo al frente de su orquesta, sino por el modo en todos ellos moldearon sus orquestas a sus necesidades y estilos.
Repertorio
Como bien se podrá apreciar si se echa un mero vistazo al contenido de los discos, el repertorio de Ormandy es bastante amplio, a pesar de que sus más abundantes trabajos se encuentran relacionados con la música del romanticismo tardío, y las primeras décadas del siglo XX. Abundantes incursiones en la música rusa y nórdica, especialmente Sibelius y Tchaikovsky. También la música norteamericana, como no podía ser de otra forma, ocupó un lugar significativo en su repertorio. No obstante, hacia atrás, sus tentáculos llegan hasta Haydn y Mozart e, incluso, Bach y Haendel. La ópera fue un género prácticamente obviado para el húngaro. Tan solo su atracción por el mundo del ballet y el vals le lleva a dirigir El Murciélago en el Metropolitan en 1950; precisamente, entre estos discos se encuentra el documento que lo confirma.
Muchas de las obras que aparecen en estos CD, más tarde volverían a ser registradas en diferentes ocasiones por la misma orquesta y director, con puntos de vista diferentes, de los que se desprende una mayor madurez y experiencia con la partitura. Como ya hemos indicado anteriormente, el contenido de los discos que llenan esta inmensa caja se refiere a la etapa que va desde 1944 hasta 1957. Es decir, unos trece años que marcan los primeros pasos del húngaro al frente de una orquesta que con él llegaría a la cima de su brillantez. Es interesante, por tanto, acceder a estos discos, no ya con una finalidad exclusivamente de encontrar espectáculo, sino con la intención de comprobar como orquesta y director van haciéndose mutuamente poco a poco, confrontando y acoplando sus diferentes personalidades.
En cualquier caso, independientemente del repertorio que más frecuentaba o, quizás, que más se ha divulgado del transitado por el húngaro, hay compositores hacia quienes sentía una mayor compenetración. Y ya, desde estos primeros registros, puede ser comprobado. Es el caso de su Hindemith, su Bartók, y los citados Tchaikovsky y Sibelius.
El contenido
Lo primero que hemos de señalar es que a lo largo de todos estos discos encontramos abundantes directores invitados, algunos de ellos ilustres como Szell (Metamorfosis de Hindemith y Oxford de Haydn), Bruno Walter (Pastoral de Beethoven e Incompleta de Schubert), Beecham (Obertura de Semiramide de Rossini), Mitropoulos o Koussewitzky (1ª y 7ª de Roy Harris), precisamente, las de este último son las grabaciones más antiguas de las contenidas en estos CD, de febrero de 1934. Otros no son tan ilustres, pero sí presentan sus puntos de interés, como es el caso de Virgil Thomson, Hardl McDonald, William Smith o el director de musicales André Kostelanetz.
Luego, también hemos de citar a algunos de los solistas que solían trabajar junto a Ormandy, y que también desfilan por estos discos. Son los casos de Rudolf Serkin, Isaac Stern, Gregor Piatigorsky, Joseph Szigeti, Eugene Istomin, David Oistrakh o Zino Francescatti; así como de algunos que no eran tan habituales colaboradores con su batuta, pero sus trabajos conjuntos sí obtuvieron interesantes frutos, como es el caso de Claudio Arrau, con quien podemos escucharle en la Fantasía Húngara y el Primer Concierto de Liszt.
Sería ocioso, a la vez que poco útil, pormenorizar el contenido del álbum disco por disco; además, nos llevaría a ocupar un espacio del que no disponemos. No obstante, sí es preciso puntualizar que un análisis detenido de ellos, puede desvelar de forma transparente el arte del húngaro. Al mismo tiempo, puede ayudar a puntualizar algunos de los clichés que se han establecido acerca de su repertorio a lo largo del tiempo.
Antes comentábamos su afinidad hacia las músicas de Hindemith o Bartók, por ejemplo; entre estos discos podemos encontrar algún ejemplo que lo corrobora, como la Nobillissima visione de 1947, o la Sinfonía Matías el pintor de 1952, o la Música para cuerda y metal de 1953, del primero, o el Tercer Concierto para piano (con György Sándor) de 1946 o el Concierto para orquesta de 1954, del segundo.
En cambio, también encontramos entre estos discos unos registros dedicados a la música de los Strauss de Viena, o incluso a Waldteufel, que parecen ya, en nuestros días, bastante superados; él mismo se encargaría de hacerlo en posteriores ocasiones. Bien, en cambio, la Gaité Parisienne de Offenbach incluida en el CD 63. También su Tchaikovsky, por ejemplo, sería mejorado posteriormente, como lo sería también su Sibelius.
Beethoven, Brahms, Berlioz, incluso Cesar Franck, son compositores que Ormandy incluye en su repertorio con muy variada fortuna. Entre estos discos podemos acceder a grabaciones de las Cuatro Sinfonías de Brahms, un tanto desiguales, de algunas de las de Beethoven, con peor fortuna a nuestro entender; se encuentra mucho más centrado en sus acompañamientos de los Conciertos para piano del de Bonn, junto a Serkin, y un muy buen Tercero con Arrau. En cambio, las dos grabaciones de la Sinfonía en Re menor del belga son realmente interesantes; desde luego, mucho más que la Sinfonía Fantástica de Berlioz.
Misceláneas
Abundan entre estos discos los de contenido misceláneo, bien porque sean recopilaciones de diversas piezas orquestales de repertorio, bien porque en su día sirviesen para dar a conocer algunas obras de compositores norteamericanos contemporáneos, o bien porque (como era habitual en aquellos momentos, en los que la estela dejada por Stokowski aún era demasiado intensa) había que incluir las consabidas adaptaciones, arreglos o desarreglos de obras de Bach o de otros barrocos, tan al uso de las orquestas de la época, aunque en todo caso Ormandy se guardó bien de emplear los arreglo del director polaco de estas obras, optando por los de Elgar, William Smith o los suyos propios, entre otros.
También encontramos tres o cuatro dedicados a oberturas, preludios y fragmentos orquestales de obras de Wagner, donde Ormandy nos deja claro lo alejado que se encontraba de la comprensión de esta música.
Mucho más interesantes son sus grabaciones de Prokofiev (Alexander Nevsky y Sexta Sinfonía), que datan de las fechas de los estrenos de ambas obras (mayo de 1945 y enero de 1950, respectivamente).
Estos discos también contienen su nota española, pues uno de ellos está dedicado a la Iberia de Albéniz completa, en las orquestaciones de Arbós y Carlos Surinach. No es una buena versión; Ormandy pasa por alto muchos detalles e incluso se deja bastante música en el tintero.
Poco hay que decir de su Mozart, salvo que no alcanza a impregnarse del espíritu del compositor, a pesar de la altura de los solistas a quienes acompaña (Serkin, Concierto para piano n. 20, u Oistrakh, Concierto para violín n. 4). Bastante mejor es su Haydn, como suele ocurrir en los directores de origen húngaro.
En fin, independientemente de todos los reparos, éstos no deben empañar la importancia de esta publicación. Un documento de gran envergadura que nos acerca un periodo importantísimo de una de las primeras orquestas del orbe, que queda incompleto, pues ignoramos si tendrá continuidad con la publicación de los años posteriores que el húngaro Eugene Ormandy pasó al frente de la Orquesta de Filadelfia.
Rafael-Juan Poveda Jabonero