Los artículos, en italiano e inglés, incluyen el texto de Eugenio Gara para el programa de sala original e ilustran sobre el particular con más conocimiento y gracia que un servidor, cuyo seco y avellanado ingenio solo acierta a describir este valiosísimo testimonio sonoro como un compendio exhaustivo y demostración palmaria de cómo la técnica ha de ponerse al servicio de la expresión directa y sincera del sentimiento. Los espectadores presentes, conmovidos hasta el delirio, fueron aun más sintéticos y sus vítores de “¡maestra, divina!” califican a la inmensa artista con rara exactitud, aunque no se rinden tan abiertamente a la soberbia Giovanna de Giulietta Simionato o al vibrante Percy de Gianni Raimondi, que se bate con semejantes fieras con gallardía. A los tres y a Gavazzeni, gratitud eterna por seguir poniéndonos un nudo en la garganta y conmovernos hasta las lágrimas cincuenta y cinco años después.