Parece redundante e innecesario dedicar estas líneas de crítica discográfica a hablarles de este disco como si de una novedad se tratase: comentario sobre las obras, comentario sobre la interpretación y veredicto final. No lo haré (el veredicto ya lo pueden ver en la R de más abajo) y la razón es que el propio Jordi Savall ha planteado esta reedición de este disco mítico, de solo cuarenta y cuatro minutos de música, en el mundo barroco como un homenaje a los encuentros y circunstancias que lo llevaron a grabarlo, allá por el año 1975, cuando el sello Astrée estaba naciendo de la mano del desaparecido productor Michel Bernstein.

Inspirado por una idea enunciada por el propio François Couperin: “prefiero lo que me emociona a lo que me sorprende”, frase que bien podría servir de eslogan a toda la carrera del director y violagambista de Igualada, Savall reedita en su sello Alia Vox estas “Pièces de violes, 1728” (junto a Arianne Maurette y Ton Koopman, véase entrevista al holandés en este número) con la nostalgia y el recuerdo hacia quienes animaron, invitaron y promovieron que su vida haya estado para siempre, e inseparablemente, ligada a la viola de gamba.

R.M.