Stoyanova, Naef, Strehl, Groissböck.
Coro y Orquesta Sinfónica de la Radio Bávara / Bernard Haitink.
BR Klassik 900212 (2 CD)
UNA SINCERA DECLARACIÓN DE AMOR
Casi con seguridad, la Octava (junto a la Séptima) es la Sinfonía de Bruckner que Haitink ha dirigido en mayor número de ocasiones. Desde la ya lejana grabación de 1959, que más tarde pasaría a formar parte de su integral con la Orquesta del Concertgebouw, hasta prácticamente su retirada con más de noventa años, no dejó de dirigir Bruckner, y muy especialmente estas dos Sinfonías. Aquella versión de 1959 no fue, ni mucho menos, lo mejor de esa integral, tampoco en el caso de la Séptima. No obstante, diez años más tarde enmendó aquel pequeño borrón con, esta vez sí, una gran versión de la obra, también con la Orquesta del Concertgebouw. En realidad, con esta orquesta se le conocen unos cuantos registros que nos han llegado, bien en publicaciones “oficiales”, bien en otras ediciones más o menos piratas, tanto de su época al frente de la formación, como en fechas posteriores. Lo cierto es que, a partir de esa segunda grabación en Ámsterdam, Haitink hizo la obra “suya” y así la mantuvo el resto de sus acercamientos a la misma. Acercamientos que se antojan bastante diferentes entre sí con el paso de los años. Esa impronta, quizás algo atropellada, de aquella primera versión, dio paso a un mayor comedimiento, estudio y reflexión en su segunda versión, pero, sin eludir la fuerza y tensión interna que contiene la obra. Más tarde llegaría el Bruckner más paladeado, disfrutado y, quizás, su auténtica fusión con la obra. Siguiendo con el Concertgebouw, esta apreciación que señalamos se nos presenta en los registros de 2005 y 2007, no tanto en el de 1981, donde todavía subyace esa rebeldía interna de las primeras versiones.
Hablamos de diferencia entre las diferentes grabaciones, pues en cada una de ellas propone enfoques diferentes, pero lo cierto es que Haitink siempre dirigió el mismo Bruckner; es decir, las mismas ediciones de sus Sinfonías. Salvo en casos muy concretos, como el resto de los grandes directores brucknerianos, desde Furtwängler a Barenboim y pasando por Celibidache, evitó perderse entre las diferentes revisiones a que dan lugar los manuscritos dejados por el compositor, del mayor interés desde el punto de vista musicológico, pero quizás no tanto desde el artístico.
La versión que nos ocupa data de 1993; es decir, unos dos años anterior a la de la Filarmónica de Viena para Philips. Son muy diferentes entre sí. Más técnica y milimétrica esta última. En el caso de la de Baviera, se asemeja mucho a la que una década más tarde haría en Dresde (Profil); en ambos casos, sendas declaraciones de amor hacia la obra, algo que en el caso de un director cerebral como él es sumamente significativo. Estos matices se traducen en una tensión horizontal que preside toda la versión, donde los silencios y pausas cobran un especial significado, pero sin desatender esa fuerza casi telúrica contenida en la partitura, pues esos silencios y pausas crean una creciente expectación que tensa el discurso.
Junto a la Octava, la versión del Te Deum (de noviembre de 2010, 17 años después) no hace más que reafirmar lo viva que se mantenía la música de Bruckner aún en la última etapa del director.
Rafael-Juan Poveda Jabonero