Renée Fleming, soprano. Staatskapelle Dresden / Christian Thielemann. Dirigido por Henning Kasten. Opus Arte, OA1115D. (DVD)
HACE UN AÑO
Justo hace un año, el 1 de septiembre de 2012, Thielemann dirigía este concierto con Wagner en el punto de mira. Como tal, el concierto era una prolongación, una segunda parte, del ofrecido también con Renée Fleming y la Filarmónica de Viena con obras de Richard Strauss en el Festival de Salzburgo de 2011 (Opus Arte, OA1069D). Para mantener a Fleming en el cartel, que siempre vende, en esta ocasión escogieron seis lieder (orquestados) de Hugo Wolf para “acompañar” a la Séptima de Bruckner, música que llora la muerte de Wagner y que desarrolla un concepto que parte desde Parsifal, pero en este caso sin muchachas flor y sin erotismos; Bruckner desarrolla una música bellísima, de armonías parsifalianas, pero recatadamente vestida. Por ese motivo, con Wagner presente y avisando de su arrolladora llegada en 2013, Thielemann, que entiende Parsifal como solo se me ocurre otro director en activo, y que entiende a Bruckner como pocos (“Me decanté por Wagner y por Bruckner; y lo volvería a hacer una y otra vez”), parecía el director perfecto para entenderse con la maravillosa Staatskapelle Dresden, orquesta de lujurioso sonido allá donde los haya, de otoñales sonoridades y colores, como ya demostró el gran Sinopoli (DG) en su grabación de esta, quizá la más bella de las Sinfonías de Anton Bruckner.
La calidad de imagen y sonido es de primera (si se dispone de DTS la Staatskapelle se planta frente al oyente con una nitidez asombrosa), aunque no se disponen de subtítulos para los lieder, de los que sí vienen sus textos en el “booklet” interior. No se ha desplegado en exceso Fleming en la obra de Wolf, que le sienta casi tan bien como la de Strauss (Thielemann y la soprano americana se conocen muy bien, especialmente con Strauss de fondo), al que aporta una línea de canto repleta de sensualidad, divino legato y excelsa suntuosidad. Las orquestaciones de Joseph Marx (Verbongenheit hollywoodiense), Günther Raphael (Elfenlied) y Wolf (resto) son entendidas por Thielemann desde la prudencia, hasta llegar al excelso Mignon (también se lo conoce por Kennst du das Land?), con una maravillosa Fleming en cada estrofa (“Kennst du das Land/Haus/Berg”), logrando ambos una interpretación realmente sublime (una lástima que Meier y Barenboim no lo grabaran en su día para Erato, ya que la de Banse con Nagano en HM, muy buena, no consigue el éxtasis de Fleming), llegando a parecer una especie de “quinto” de los Cuatro últimos Lieder de Strauss. Si los tres primeros lieder (Verbongenheit, Er ist’s, Elfenlied) son casi más textuales (Elfen es casi por completo silábico), el cuarto (Anakreons Grab), prepara el camino a Mignon, desplegando una belleza absoluta en cada una de sus frases. Como regalo, de nuevo el habitual y maravilloso Befreit Op. 39/4, que Fleming dejara grabado junto a Eschenbach (Decca) y en el concierto junto a Thielemann del Festival de Salzburgo.
Bruckner y Thielemann
Como nos cuenta en su reciente e imprescindible “Mi vida con Wagner” (Akal), Bruckner es esencial en la vida de Thielemann, aunque, quizá, no tanto como Wagner… La responsabilidad de Thielemann ante Bruckner es la del que se enfrenta a formas mayores, trazando interpretaciones que han desarrollado una tremenda evolución hasta esta Séptima de 2012, llegando a estados muy “personales”, como ocurre en esta singular interpretación. De entrada, la sonoridad de Dresde es ideal para los ensembles sonoros de metales y maderas, como lo eran también la Filarmónica de Viena y la de Munich, orquestas con las que Thielemann ha grabado (interpretado en el caso de Viena, que puede verse en Internet) anteriormente la Séptima y que le sirvieron de “preparación” para este estado de comprensión, que ha avanzado hacia la lentitud (una paradoja en sí misma), soportando tempi lentos y paladeando la tímbrica más que la melodía, ya que el director alemán dosifica los motivos, en especial el maravilloso segundo motivo del Adagio (“con lentísima solemnidad”, escribió Bruckner).
Si hubiera un adjetivo para definir esta Séptima, sería “lírica”. Un lirismo tras un control absoluto de la situación. Es, por consiguiente, la interpretación más lenta y que consecuentemente más lirismo transmite. Está, sea dicho, lejos de la abrumadora soledad de Celibidache (en “todas” sus versiones) y de la catarsis sonora de Barenboim, especialmente en su irrepetible (creo que es otro adjetivo ideal para esta versión) interpretación con la Filarmónica de Berlín (Teldec).
Mi vida con Bruckner
Si esta Séptima de Thielemann despliega lirismo por los cuatro costados, hasta en su encendida furia del Allegro moderato, cuando la hay, ya que el comienzo, un “amanecer” de una belleza sublime, se debe a una visión extremadamente sofisticada y sensual de la obra, que alcanza cotas de refinado éxtasis. Esta vinculación de Thielemann con Bruckner es tan necesaria para él como lo es su relación con Wagner, los dos compositores a los que dará cada día las buenas noches, si es un chico malo; o los buenos días, si es un chico bueno. Ahora bien, este entendimiento con Bruckner y Wagner se amplía a Brahms (magnífica Primera, por cierto) y a Richard Strauss, pero no a Beethoven, del que le falta un toque final para llegar a ser un intérprete beethoveniano definitivo. En Bruckner, Thielemann está manifestando un control absoluto de la forma, esencial para entrar en detalle (muchos directores van al detalle y “desatienden” la forma), que le llevará pronto a la colosal Misa en fa menor, o al Te Deum, aunque la primera es el cáliz sagrado de su autor. Cuando llegue el momento, será ocasión de juzgar si Thielemann pertenece a la estirpe escogida de los de Ansfelden.
G.P.C.