Parece poco combinable el mágico Concierto para violín n. 1 de Bruch (ninguno de sus restantes hermanos le llega a la cintura) con la “españolidad” de la Sinfonía española de Lalo y los Aires gitanos de Sarasate, pero ahí están todos en el mismo disco, protagonizado por la súper clase de un violinista excepcional como Renaud Capuçon y un director al alza como Paavo Järvi, que dirige a una Orquesta de París en muy buena forma. Para Järvi, este Lalo suena a Brahms, lo dirige sin caer en la tentación de resaltar los contornos hispanos y potencia una gran sonoridad orquestal. Es una interpretación alejada del cliché, como lo son los Aires gitanos, donde la desgana de Järvi se hace evidente, dejando que sea el inusual virtuosismo de Capuçon el que luzca en su lugar, inusual porque el francés es todo menos un violinista virtuoso, aunque técnicamente sea irreprochable (recuerda a Menuhin). Järvi se las guardaba para Bruch, ha estudiado a fondo la obra y desde hacía tiempo no se descubría una dirección tan intensa y bella como esta, que conlleva el peligro de arrebatar el protagonismo al solista, que luce su incomparable belleza sonora y melódica, nada pretenciosa (hay una larga lista de equilibristas en este Concierto). El desarrollo orquestal del Vorspiele y el clímax de este movimiento está entre lo mejor que se ha interpretado de esta música. Una interpretación a tener.

Gonzalo Pérez Chamorro