Connoly, M. Ainsley, Maltman. English National Opera / Paul Daniel. Escena: David McVicar.
Opus Arte, OA1123D (DVD)
Bestias en la jungla
Tal vez por la fama e importancia de los otros dos gigantes, que celebraban el doble centenario, no se ha aprovechado la efemérides, el mismo año un siglo después, para recordar a Benjamin Britten fuera de su país. Si 1813 recibía a Verdi y a Wagner, en 1913 venía al mundo el compositor inglés, tres de cuyas óperas llegan en versiones recientes y atractivas, que bien pueden recibirse como oportuno homenaje tardío.
Su obra operística responde a una rigurosa coherencia, cuya evolución, sin embargo, puede desconcertar en una visión superficial. Paul Bunyan, una opereta (o, si se prefiere, una “comedia musical”), fechada en 1941 y escrita por un músico aún treintañero, iniciaba una carrera, cuya segunda etapa sorprendió como el paso de un gigante. Peter Grimes, estrenada en 1945, merece en estricta justicia el calificativo de obra maestra, donde la contundencia de su madurez se completaba con la exposición de una temática que se prolongaría como un “acorde de fondo” hasta su despedida en Muerte en Venecia de 1974.
El mal
El mal como un componente esencial de la naturaleza. De la naturaleza apellidada humana y se diría de la Naturaleza con mayúscula, la Madre Naturaleza donde los homínidos han aterrizado, quién sabe si expulsados del Paraíso Terrenal por el mordisco a una manzana podrida por parte de unos delicados dientes femeninos o gracias a una evolución misteriosa de la especie de los primates. Porque el mal se agazapa en la mente, el pecho y las manos del marinero Peter, varón hosco y aturdido, que maltrata a muchachitos a los que necesita como grumetes de su modesta barca pesquera. Pero también el mal alienta en la hipocresía del burgo, con el amplio y variado abanico de sus gentes, desde la dama drogadicta hasta las estúpidas aprendices de prostitutas. Y también el mal se manifiesta en la dureza de una costa hostil, con un mar traidor y una playa inhóspita. Para enfrentarse a una fuerza tan poderosa y multiforme, las armas son débiles. La buena intención de una maestra, la rutina de la aldea que adormece los deseos, y un sol que, cuando asoma entre dos tormentas, parece indicar que algo parecido al Bien, o su simulacro, existe o puede existir.
Tras el éxito y el esplendor de una obra de gran formato, la siguiente ópera de Britten toma el tamaño reducido de una pieza de cámara. La violación de Lucrecia nos presenta de nuevo la irrupción del Mal, que se manifiesta como la exacerbación del deseo sexual complicado con la pasión por el poder. El hombre conquista y somete, en una campaña bélica que coincide con la lubricidad masculina que se excita ante el ejemplo de la castidad. La esposa honesta representa al Bien, concretado en la virtud de la fidelidad conyugal, que expresa tanto la permanencia de un afecto como la decisión de una entrega íntima única y exclusiva. El libreto de Ronald Duncan sobre el drama de André Obey, amplía la zona de influencia de la bondad con la participación de un doble corifeo, masculino y femenino, que explica y comenta el caso desde una perspectiva cristiana; así, la excelsitud de la noble dama romana no sólo se ilumina con la templanza heroica de un estoicismo clásico, sino con el cálido y emocionado resplandor que brota de las figuras de Cristo, e incluso de la Virgen María.
La producción de David McVicar, de una intensa sobriedad, sitúa a ambos corifeos en primer término, para combinar en la acción la metáfora del agua, símbolo de la pureza agredida, y el vacío de una tierra de nadie, el lugar de la guerra y la violencia. Paul Daniel dirige la Orquesta de la English National Opera, en una versión dolorosa, sin la contención más o menos apolínea con que se aborda la obra en otras ocasiones. La interpretación, con una desgarrada Sarah Connolly en la protagonista, subraya el fracaso de la virtud frente al pecado, entendido como congoja trágica. La habilidad de la realización cinematográfica de Sue Judd consigue que el tenebrismo de la iluminación escénica actúe como un adecuado efecto de estilo que no entorpece, como en el caso anterior, la visión del espectador televisivo.
Álvaro del Amo