Es difícil saber si Gautier se sitúa a la sombra de su hermano mayor, Renaud, o si es este el que sale peor parado de la comparación, un dechado deslumbrante de talento desde que era un adolescente. Con un pianista fiel a ambos, el francés Frank Braley, Gautier nos propone un programa con obras muy hermosas escritas para chelo y piano en los siglos XIX y XX. Los mejores resultados se producen quizás donde menos cabría esperarlos, en la Sonata de Britten, tocada con ímpetu y dramatismo por ambos intérpretes, una de las mejores versiones de los últimos años. En la resbaladiza Sonata Arpeggione de Schubert, Gautier resulta menos convincente, recreándose en exceso en los pasajes agudos, frecuentes en una partitura destinada a un instrumento diferente del suyo. Salvo Rostropovich, secundado milagrosamente al piano por Britten, es uno de los pocos violonchelistas que ha logrado evitar tocar la obra con un exceso de almíbar. Cuanto más sobrio sea el enfoque, mejor parada sale la Arpeggione. Las Piezas de Schumann están muy bien tocadas, pero les falta un punto adicional de ensueño, de aire improvisatorio. Y la Sonata de Debussy se hubiera beneficiado también de mayores brumas, de una cierta atmósfera de misterio. La ejecución es irreprochable por parte de ambos, pero este Debussy terminal requiere no tanto destreza como capacidad de evocación.

Luis Gago