Steven Isserlis, cello. Orquesta de Cámara Mahler / Teodor Currentzis.
EuroArts, 2059818 (DVD)
MÚSICA DESDE EL DOLOR
No es precisamente Teodor Currentzis (Atenas, 1972) un señor falto de personalidad. Ni en lo humano ni en lo artístico. Quedó muy claro en la entrevista que le realizamos para RITMO en 2012 con motivo de su presencia en el Teatro Real cuando dirigió Iolanta y Persephóne: esta es una persona que sufre mucho (no tiene miedo en confesarlo) y que quiere transmitir toda su agonía interior en la música. Aspereza, rabia, contrastes extremos en tempi y en dinámicas, hiperexpresividad y, con total coherencia, un obvio desinterés por la belleza sonora en sí misma, son los rasgos que le caracterizan. Todavía podemos añadir algunos ingredientes más: una importante cantidad de riesgo e imaginación, para lo bueno y lo no tan bueno, y una tendencia al misticismo (el maestro es fiel devoto de la Iglesia Ortodoxa) más trascendente y desmaterializado. Todo ello, en cualquier caso, dicho desde una visión muy torturada de la existencia humana: no debe de extrañar que, frente a algunos Mozart bastante discutibles, sus grandes logros discográficos estén en cosas como el Macbeth verdiano, el Wozzeck de Berg, La pasajera de Weinberg (¿se ha caído definitivamente esta ópera del Real?) o una terrorífica, demoledora Decimocuarta Sinfonía de Shostakovich.
Precisamente en el autor de La Nariz se centró la velada que Currentzis ofreció en 2013 en el Concertgebouw de Brujas al frente de la Mahler Chamber Orchestra (que toca ella solita, de manera portentosa, la juvenil Sinfonietta de Benjamin Britten); un concierto que nos llega editado en DVD de la mano de EuroArts con excelente imagen y toma sonora de calidad (aunque sin multicanal, a estas alturas).
Negra, muy negra es la interpretación del Concierto para violonchelo n. 1 de Shostakovich, en perfecta sintonía con un Steven Isserlis decidido a resultar sórdido e incluso desagradable antes que humanista, que fue la opción de su dedicatario Rostropovich en sus múltiples registros de la pieza. Y en la Primera Sinfonía, como era de esperar, el maestro griego deja a un lado todo lo que de desenfadado y gamberro puede tener esta página para decantarse por una visión verdaderamente severa que, en su primera mitad, ofrece una fuerte dosis de humor negro (más siniestro que corrosivo) para, en la segunda, decantarse por un lirismo impregnado de congoja y rabia de alto voltaje, hasta llegar a un final lleno de rabia contenida. Todo ello lo hace, además, delineando a la perfección la arquitectura de la obra y haciendo que los solistas de la espléndida orquesta (flojea el piano) intervengan con el más acertado sentido teatral. El resultado es una interpretación de referencia, para poner al lado de las de Rozhdestvensky, Bernstein/Chicago y Celibidache, aunque obviamente más en la línea del primero de los citados que en la de los dos últimos.
Fernando López Vargas-Machuca