Arcadi Volodos, piano.
Sony Classical 8875130192 (CD)
SONIDO MÁGICO
Después de la grabación del disco dedicado a Mompou, el pianista ruso repite su encuentro con una música más intimista e introspectiva en este registro con algunas de las obras que marcan el inicio de la última fase creativa del compositor de Hamburgo. No es un disco que decepcione, como a veces nos tienen acostumbrados las grandes figuras, sino todo lo contrario, de los que merecen escucharse y saborear repetidamente un pianismo que camina en dirección contraria al puro virtuosismo efectista para dirigirse hacia un refinamiento sonoro exquisito.
Resulta interesante mencionar cómo el propio Volodos considera que esta es una música que le “acompaña toda la vida como la Biblia o las obras de Beethoven”, y de su interés por traducirla con el máximo esmero es prueba la falta de edición en las grabaciones, realizadas en el estudio Teldex de Berlin entre los años 2015 y 2017, y la elección de un piano más antiguo, menos brillante que los actuales, para encontrar una paleta de colores apropiada para estas obras.
Las seis piezas que integran el Op. 76, de las que lamentablemente solo se incluyen los cuatro primeros números, dos caprichos y dos intermezzi, significó el retorno de Brahms a su relación con el teclado solo, sirviendo aquí de excelente prologo en el que Volodos, desde ese juego inicial de arpegios en sotto vocce del n. 1, deja sentado que la inquietud y apasionamiento de estas páginas se alcanza desde una especial capacidad de articular con claridad en el teclado y una seductora ligereza en la pulsación; así lo muestra en las sucesivas transformaciones del tema del segundo de los caprichos o el sentido lúdico que acorde con su espíritu concede al segundo. Un prologo en el que, según el firmante, supera a competidores como Katchen o Biret.
Con las Op. 117 y Op. 118 se abre un mundo de riquezas, que el pianista parece disfrutar sin reglas y sin esfuerzo. Se olvida del plano exterior puramente digital en una lectura alejada del Brahms heroico y potente de las Sonatas para piano, para alcanzar el tono doliente que, en general, las preside, mediante una búsqueda permanente de color y un sonido mágico. La forma de tocar es muy matizada, mostrando el gran virtuoso y músico que realmente es a través de una paciente respiración de las frases, que le permite llenar cada nota de profundo sonido y sentido, incluyendo algunas voces internas frecuentemente inaudibles.
Haciendo uso de la libertad que ofrecen los títulos de fantasía, intermezzo o capricho, no se aferra a los tiempos, sino que abandona el camino lineal con un generoso rubato para hacer llegar maravillosamente una amplia gama de atmosferas y de sentimientos con un excelente juego de matices tonales. Los momentos para disfrutar son numerosos y aun cayendo en el tópico, no puede dejarse de señalar la ternura y delicadeza de la canción de cuna del n. 1 de la Op. 117, la densidad de sonido y precioso legato del n. 2 o la meditación en que convierte el n. 2 del Op. 118, pero se trata de pequeños detalles de una interpretación sensible y meditada que, por su imaginación melódica y precisión dinámica, puede considerarse como de referencia. La excelente toma de sonido contribuye a realzar el valor del disco.
José Luis Arévalo