Staatskapelle Berlin / Daniel Barenboim.
DG 4835251 (4 CDs)
PARA LA POSTERIDAD
El anterior ciclo (Erato, 1994, con la Sinfónica de Chicago), aparte de no muy bien grabado, no estaba precisamente entre los más grandes logros del director Daniel Barenboim. Casi un cuarto de siglo después, venturosamente ha vuelto a estas obras fundamentales, para alcanzar un logro muy superior, sin duda uno de los mejores ciclos sinfónicos brahmsianos en disco. Aparte de, quizá, el que mejor suena.
Hay varios aspectos que llaman de entrada mucho la atención: el de Buenos Aires ha individualizado cada una de las Sinfonías más de lo habitual: sus caracteres son especialmente diferentes. Asimismo impresiona la especialísima transparencia orquestal conseguida, sin perjuicio del sonido denso, robusto, profundo del empaste de conjunto, brahmsiano cien por cien: en esta diafanidad es seguro que la toma de sonido, efectuada en la no muy grande Sala Pierre Boulez de Berlín por los Estudios Teldex de esa capital, es responsable en buena parte del éxito. Por otro lado, Barenboim maneja la agógica con una soltura, aparente espontaneidad y fluidez que es de llamar la atención: hay que estar muy atento para darse cuenta, pues nada se fuerza ni es gratuito. Se pone en juego una sutilísima gama de tiras y aflojas, de acelerandos y ritardandos y de gradaciones dinámicas que recuerdan sin duda a Furtwängler: el bonaerense se consagra como un maestro consumado del arte de la transición, lo que según su genial antecesor es el verdadero meollo de la dirección orquestal. También se consigue una asombrosa paleta de claroscuros.
El manejo de las tensiones es prodigioso en, por ejemplo, el primer movimiento de la Primera Sinfonía, seguramente la cumbre del ciclo, y acaso la más formidable de la historia del disco. Es una versión juvenil (ardiente, impetuosa) y, a la vez, madura, honda, reflexiva (cualidades del Primer Concierto para piano, sin ir más lejos), en la que los timbales juegan un papel preponderante (como un latido del corazón). El Finale es abrumador.
La Segunda, menos pastoral y placentera que en otras ocasiones (Giulini), es, por el contrario, dramática y amarga; ni siquiera la casi siempre exultante coda final se libra de cierta ambigüedad. Excelsos los dos movimientos centrales de la Tercera, sin almibarar el Poco allegretto.
La Cuarta posee un primer movimiento (que arranca al modo de Furtwängler, surgiendo casi de la nada) no demasiado combativo, lo que me ha traído a la mente el dicho de Nietzsche aplicado a Brahms: “melancolía de la impotencia” (lo que no me parece peyorativo: no todos los grandes músicos poseen la determinación y la fuerza de Beethoven para luchar contra la adversidad). El Andante moderato continúa la senda del pesimismo. Pero en el Scherzo Brahms, de alguna manera recobra su mala uva y se rebela con sarcasmo contra su destino. En el Finale, admirable a más no poder, el compositor recupera toda su fiereza tras atravesar por momentos de intensa pesadumbre y amargura. La Staatskapelle Berlin, como conjunto y por sus solistas, nada tiene que envidiar a las orquestas más reputadas del orbe.
Lástima que no se hayan incluido las Variaciones Haydn y las dos Oberturas.
Ángel Carrascosa Almazán