Matthews, Maltman. London Symphony Chorus and Orchestra / Valery Gergiev (CD). Bonney, Terfel. Swedish Radio Choir. Eric Ericson Chamber Choir. Berliner Philharmoniker / Claudio Abbado.
EuroArts, 2012788 (DVD)
ABBADO Y GERGIEV
Ríos de tinta hay sobre esta principal obra de Brahms de dificultosa gestación, pues no en vano la empezó a escribir en 1861 y se estrenó en su versión definitiva de siete movimientos en 1869. Estos ríos de tinta mencionados especulan tanto sobre la motivación del compositor para componer una obra de título claramente religioso, pero de difícil imbricación en la tradición occidental de este tipo de Misa de difuntos, como sobre el significado de la obra en su sociedad coetánea y desde la perspectiva del autor. Ateniéndonos a los hechos probables, algunos rasgos sí que se destacan de la obra: primero, el propio Brahms, profundo conocedor de la Biblia luterana, fue el que seleccionó los textos, a veces versículos aislados de su contexto, para conseguir traspasar los límites de cualquier liturgia o credo religioso específico; segundo, dentro de estos textos hay una omisión deliberada del nombre de Cristo, y también cualquier referencia al Día del Juicio Final, que por otra parte tan jugosos resultados musicales nos ha regalado por los más variados autores; y tercero, la obra tiene estructura especular, siendo el 4º movimiento el epicentro emocional de la misma.
Versiones de lo más variadas encontramos en la historia de la discología, como obra fundamental del repertorio germánico para coro y orquesta del XIX. Y las dos que aquí se ofrecen, la de Gergiev en CD de 2013, y la de Abbado en DVD de 1997 propician comentarios de lo más jugoso. En primer lugar, y de manera fundamental, la duración de la obra: Gergiev, 64 minutos; Abbado, 77 minutos ¿Estamos hablando de la misma obra? Cuesta trabajo afirmar que sí, pero efectivamente así es. Y sin la más mínima duda, nos deja perplejo los tempi de Gergiev en una versión de lo más chabacano que se pueda encontrar de esta obra: todo apresurado, como quitándose de encima la música, falta de contraste sonoro, no deja respirar el fraseo, en términos gastronómicos nos obliga a deglutir sin masticar la obra. Compárese con el aire que corre en el fraseo de Abbado, la delectación en las transiciones de tempi, los detalles y mimos numerosos de Abbado, la delicadeza con la que suena la cuerda y empastan los vientos en una tímbrica aterciopelada. Fijémonos en el coro: mientras que Gergiev lleva a la carrera al London Philharmonic Choir, tonante por donde se mire, Abbado deja mucho espacio para que suenen los dos coros suecos reunidos bajo el control del mejor director de coro del siglo XX, Eric Ericson. Como botón, la primera entrada del coro, esos cuatro compases a capella tras la breve introducción orquestal donde el coro arrulla desde la nada, sin gesto perceptible de Abbado para su entrada. No queda espacio para los solistas, pero también Terfel en sus inicios y Bonney cumplen mejor su cometido. Olvidémonos de Gergiev en este desafuero, y afirmemos con rotundidad: no se puede interpretar mejor el Requiem Alemán de Brahms de cómo Abbado lo hace.
Jerónimo Marín