“¡Un hombre tan grande! ¡Un alma tan grande! Y no cree en nada…”, exclamó en cierta ocasión Antonin Dvorák acerca de Johannes Brahms. Educado en Hamburgo en la tradición luterana del norte de Alemania y asiduo lector y conocedor de la Biblia, su Réquiem Alemán (Ein Deustches Requiem) es quizá la obra coral más conmovedora de todo el siglo XIX, obra inagotable en su consuelo espiritual ante la muerte, más allá de la religión que se profese. Grabado en directo en la Basílica de San Florián en Austria en agosto de 2016, esta interpretación tiene todos los elementos para considerarse una gran versión: las dos formaciones centenarias, la amateur Singverein de Viena y la Orquesta de Cleveland (hizo su centenario el pasado año); dos solistas formidables: la alemana Hanna-Elisabeth Müller, con una línea de canto inmaculada y aérea en su solo del quinto número, y Simon Keenlyside, de color idóneo baritonal; y Franz Welser-Möst como director, que también lo es titular de Cleveland, con un concepto trascendental de esta música, realizada con un gesto contenido y preciso. La realización visual es del mítico Brian Large, aún en activo. Y cómo pequeña pega, y debido a motivos obvios, a la toma sonora le falta algo de concreción, con una reverberación excesiva. Aun así, conmovedora.

Jerónimo Marín