Con un sonido francamente bueno en comparación con las publicaciones de este tipo, tomas en público de los años 60 del siglo pasado, este disco reviste considerable interés, pues es una muestra más del arte de unos de los mayores pianistas de esa centuria, y de su seguridad y rendimiento tocando en público. Además, nos lo presenta colaborando con un gran director con el que nada grabó en estudio. La interpretación del Segundo Concierto de Brahms, tomado en Zúrich en 1966, es seria, coherente y sólida, pero el genial pianista polaco resulta demasiado literal; sin llegar a mecánico, resulta poco imaginativo y apenas recurre a los rubatos y al juego de tensiones en los que era maestro consumado al interpretar Chopin (y otros autores). Donde más libre parece sentirse y donde se abandona al canto es en el hermosísimo Andante. Dohnányi está aquí más entregado y apasionado de lo que suele en este autor: notable alto a su labor. Curiosamente, en las dos piezas de Brahms no hay que hacerle el menor reproche al pianista polaco: magnífica en todos los sentidos –también en lo brahmsiano del sonido– la Primera Rapsodia op. 79. Y no digamos en las dos de Chopin, procedentes de un recital de 1963 en Nijmegen: admirables, lo mismo que en su tan querida propina, la Danza ritual del fuego.