Música clásica desde 1929

Discos recomendados de Ritmo

En esta sección encontrará los 10 discos que la revista RITMO recomienda cada mes, clasificados por meses y por su orden de recomendación del 1 al 10. Se archivan los recomendados desde junio 2011, para ver anteriores ir a "Ritmo Histórico".
Haciendo "clic" en el título de cada disco o sobre la foto, accederá a su ficha y a la crítica publicada en Ritmo y, cuando es posible, a las diferentes tiendas donde podrá adquirir el disco físico, o a las plataformas digitales desde donde podrá escucharlo en "streaming" o descargarlo online.

Ritmo JULIO-AGOSTO 2014 - Núm. 876

BLOODY DAUGHTER.

BLOODY DAUGHTER.
Un filme de Stéphanie Argerich.
Idéale Audience, 2058768 (2 DVDs)



La crítica

Y DIOS CREÓ A LA MUJER

A esos políticos que consideran a la mujer un ser intelectualmente inferior, van dirigidos estos dos embragados documentales que ayudan a tumbar sus cavernícolas teorías. Bloody Daughter (La hija maldita) está firmado por Stéphanie Argerich, la menor de las tres hijas paridas por la pianista bonaerense. Más que una exploración interiorizada de la Argerich músico, lo que nos propone es un ensayo libre, tortuoso y sentimental sobre la Martha madre, pues son sus tres maquillados retoños los que prevalecen como epicentro del relato. La mayor, la violista Lyda Chen (quien conoció a su progenitora a los doce años), representa el más profundo agujero negro en la vida de la pianista. Annie surgió del matrimonio con Charles Dutoit (el único y frustrado intento por fundar un nido familiar estandarizado). La pequeña Stéphanie Argerich, nacida en 1975 gracias a los sudores del también teclista Stephen Kovacevich, posee en el nombre lazos legibles con sus progenitores, pese a que jamás haya sido reconocida legalmente por el estadounidense, debido a su alergia al papeleo administrativo. De ahí el título elegido para este confesional filme, que parece extraído de un diario personal y que hará las delicias de los devoradores de prensa rosa. Como si de un faulkneriano monólogo interior se tratara, la voz de Stéphanie nos introduce en el novelero e interiorizado relato. En un submundo de artistas de espíritu libre, donde el éxito exterior cohabita con el fracaso interno. Una profesión, y por ello un modo de vida, con leyes propias. A los 70 años, con varios nietos y tras superar un cáncer de pulmón, Martha Argerich parece tener intacto su infantilizado aura (parece una chiquilla grande). Resulta demoledor verla subirse por las paredes en un ataque de pueril histeria, segundos antes de salir a escena. Pese a los reproches y a la diáspora parental, no estamos ante un ajuste de cuentas familiar, sino ante un ejercicio de desmitificación o desbeatificación, que baja al artista de su torre de marfil para humanizarlo y hacerlo diluirse en el vasto océano de la humanidad. Las confesiones a cámara son innumerables, de ahí que un vaho freudiano recubra todo el metraje. Narrado siempre de puertas a dentro, el gran acierto de este filme fundido a golpe de evidencia, es su sinceridad, dejando un sabor a tragicómica crónica, pues es aquí la forma la que da sentido al contenido.

Su plástica es deudora del video casero, no en vano el documento nace por la afición de Stéphanie a las cámaras niponas. Esta espontaneidad e impunidad de lo que vemos (nada parece surgir premeditadamente) adolece en su conjunto de una depuración de estilo, ya que todo se plasma bajo principios sentimentales y no fílmicos. Pese a la subjetividad, lo que hace irrepetible el filme es el furtivismo de la mirada, que posee vía libre a lugares prohibidos, como por ejemplo las sábanas calientes de la Argerich mientras se despereza y revela su amor por Schumann. Bloody Daughter habla de la soledad de los genios, de su incapacidad para vivir como personas corrientes y de su torpeza para edificar castillos familiares de naipes.

En el DVD extra, un Primero de Chopin filmado en Varsovia (2010) de sorprendente acompañamiento. Una robusta Sinfónica de Varsovia dirigida con arrojo y cableado de alta tensión por Jacek Kaspszyk, que vuelve a confirmar que los polacos llevan estos pentagramas tatuados en el pecho. La Argerich es un torrente, pura dinamita ante uno de los compositores “marca de la casa”, con el que siempre mantuvo un idilio sonoro (deliciosa línea de canto con un ardiente lirismo).

Aprovechando la exposición sobre su obra que el año pasado dedicara el ZKM en su Karlsruhe natal, nos llega como complemento audiovisual este A Portrait (Un retrato), didáctico trabajo sobre la bailarina y coreógrafa Sasha Waltz (solo recomendado a sus feligreses) que, recurriendo a un narrador neutro, intenta desentrañarnos los laberintos creativos de esta particular libre pensadora de la danza contemporánea. Repasamos toda su trayectoria, tan odiada y amada a partes iguales. Desde los primeros y lejanos años de la reunificación alemana que convirtieron la Sophiensälle del bohemio Mitte berlinés en vanguardista foco creativo, pasando por la próspera etapa en la Schaubühne (donde firmaría la trilogía S/Körper/NoBody ya editada), hasta culminar en el que hoy es su taller teatral a orillas del Spree, la Radialsystem.

Sobrevolamos la compañía que hace posible sus sueños, los Sasha Waltz & Guests, con bailarines de más de 30 nacionalidades (incluye a un vasco). Imágenes y montajes de sus obras más emblemáticas nos salpican continuamente a lo largo de la entrevista, donde deja ver un nerviosismo de rabo de lagartija. Entre sus logros está la milagrosa fusión de la música clásica y la danza más abstracta como elemento único e indivisible. Pese al radicalismo de algunos de sus planteamientos, la belleza plástica siempre sale bien parada, obsesionada permanentemente con el cuerpo humano y su amplitud de movimientos, así como su fusión con los volúmenes espaciales (no en vano es hija de arquitecto). Existen dos Waltz diferentes. La más interesante surge cuando se le imponen los límites surgidos de un libreto operístico. Ahí están para constatarlo su bello Dido y Eneas, las óperas de Pascal Dusapin o la desnudez decorativa del Tannhäuser berlinés de hace unos meses junto a Barenboim. Sus montajes suelen atragantarse y producir más picores cuando la obra surge del papel en blanco. Ahí encontramos a la Waltz más escurridiza e irracional, pero también a la más personal y libre, como por ejemplo en las indescifrables inauguraciones museísticas. Para los que no sacien el hambre, se incluye otro documental anterior de una hora titulado “El jardín de las delicias”.

Javier Extremera

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