Grabaciones operísticas de Wagner, Bartók, Beethoven, Puccini y R. Strauss.
Nilsson, Varnay, Windgassen, Fischer-Dieskau, Adam, Hotter, Vinay, Corelli, Moffo, ...
Diferentes directores y orquestas.
Sony Classical 88985392322 (31 CD)
INEXTINGIBLE NILSSON
Auspiciado por la Fundación que lleva su nombre, como el magnífico documental que despachamos en el número de septiembre, nos llega ahora para volver a dulcificar su centenaria efeméride, uno de esos productos por los que suspiraría ruidosamente cualquier coleccionista. Un cofre de 31 compactos con registros en vivo de Birgit Nilsson, emperadora vocal de la segunda mitad del siglo pasado. Un recital, doce óperas completas y varios extractos de otras, que consiguen que este producto pueda ser exhibido sin complejos en el escaparate de cualquier joyería. Todas las grabaciones han sido ejemplarmente restauradas y remasterizadas a partir de las cintas analógicas originales (algunas en mono), consiguiendo en la mayoría de los casos mejorar lo inmejorable. Excepcional colección edificada sobre algunos de los más míticos cosos operísticos del planeta, para un palustre sonoro compuesto tan solo por cinco compositores (Wagner gana con 17 discos). 23 años de profesión en los que asistimos a la evolución de sus cuerdas vocales, gracias a las más de 32 horas de música incluida. La diva comparte protagonismo con las más inmortales batutas (Böhm repite en cinco funciones) y voces de su tiempo (la lista es interminable).
Imposible en tan corto espacio hacer justicia a tan extensa oferta. De entre este áureo maremágnum, habría que destacar algunos de esos testimonios por los que no pasa el tiempo, como por ejemplo, los dedicados a Wagner. De los tres Tristanes incluidos, recomendar efusivamente el apasionado y maravilloso de Bayreuth ’57 con un Sawallisch irreconocible (heroico y conmovedor) y con un Windgassen excepcional, dotado de una expresividad que consigue estremecer a las piedras (memorable su último acto). La Nilsson siempre fue una Isolde de realeza como lo demuestra aquí (sobrehumano Liebestod) o en los otros dos irregulares registros (Viena/1967 - Orange/1973). Siguiendo con la Verde Colina, se incluye el pulcro y celestial Lohengrin (1954) dirigido con superlativa elegancia por Jochum, con el que la Nilsson hizo su debut en Bayreuth. Una grabación ungida por la leyenda. Todo un espectáculo sensorial escuchar juntas a dos de las más grandes sopranos wagnerianas de todos los tiempos, pues su compatriota Astrid Varnay fue otra voz de fuste excepcional. De esa venerada institución que es Knappertsbusch, se rescata la escena final del Primer Acto de Walküre en Bayreuth ’57. Uno de los más monumentales Anillos jamás representado sobre el Festspielhaus. La soprano sueca, aquí dando vida a Sieglinde, comparte escena con otro volcán: Ramón Vinay. Para los espeleólogos, se incluye la “lóbrega” Valquiria diseñada por Karajan en el Met (1969) junto a un reparto de infarto (un teatro que visitó con cuentagotas). Una pieza de museo que revela una batuta enérgica de alto voltaje, que recuerda mucho al Thielemann de hoy. Nilsson ha sido posiblemente la mejor Brünnhilde de la historia del disco.
Dejando a Wagner de lado, reluce como el oro la legendaria y devastadora Turandot que Stokowski dirigiera en el mismo foso neoyorquino en 1961. La Nilsson y sus estratosféricos agudos, compiten con el temperamento ardiente de Corelli por ver quién exhibe más trapío sobre el escenario. Desigual fortuna para los registros dedicados a Richard Strauss (9 compactos) que incluyen dos Elektra (Montreal 1967/Met 1971) de pobre sonido, pero dirigidas con nervio y oficio por Karl Böhm, a las que se le une Salomé (Met 1965) con una Nilsson que en vez de seducir produce miedo y pavor. Además, una Mujer sin sombra con cortes (Ópera Bávara, 1976) pero con un casting plagado de leyendas.
De entre las rarezas que nos propone este inagotable pozo musical, recalcar un Castillo de Barbazul (1953) cantado en sueco y dirigido por ese bartókiano de linaje que fue Ferenc Fricsay. Repleto de chispa y fresca teatralidad (pese a la orquesta) el Fidelio (sin recitativos) de Bernstein en Roma (1970) junto a una masculinizada Nilsson. Así como, un sepulcral y penetrante Preludio y Muerte de Isolda estampado junto al apátrida de Celibidache en sus años de galera en Suecia (1967).
Javier Extremera