Gerhaher, Barkmin, Jovanovich. Philharmonia Zürich, Chor der Oper Zürich / Fabio Luisi. Escena: Andreas Homoki.
Accentus, ACC20363 (DVD)
Comedia grotesca
Wozzeck no es solo la ópera más grande del siglo XX, es una obra maestra en todos los sentidos: teatral, textual, emocional y estructural. Su atonalidad encierra la metáfora de ser una fuente expresiva constante, repleta de conmociones. La conclusión, en un emocionante y “desganado” final, huyendo de toda pompa sonora que podría incitar al aplauso fácil, provoca emociones internas que no invitan a aplaudir; el espectador está roto. “Dein Mutter ist tot!”, le dicen los niños al ignorante huérfano que juega despreocupado con su caballito (“hop, hop!”), un niño que es hijo del sufrimiento y la violencia, una marioneta, como lo plantea Andreas Homoki en esta representación de septiembre de 2015 en la Opernhaus de Zurich.
En realidad, todos son títeres sobre un escenario que hace de teatro de marionetas en diferentes niveles, acentuando el enfoque cómico y grotesco de las situaciones. Podríamos pensar que Wozzeck es un demente, pero es el más sensato de la locura que le rodea, personificada especialmente en ese extravagante grupito formado por el Capitán, el Doctor y el Tambor Mayor, a cual más delirante y desequilibrado, aportando cada uno la dosis de locura que se va apoderando poco a poco del frágil Wozzeck. Marie, insatisfecha e igualmente débil, es la chispa que hace saltar todo por los aires; es la prisión que encierra a Wozzeck y las situaciones que vive las que determinan sus acciones. Es así como Homoki enfoca su Wozzeck, exagerando los aspectos grotescos, desde el “circo” teatral a modo de marionetas, al maquillaje, decorados y vestuario (visionario en vestir de manera idéntica a Wozzeck y a su hijo).
No se prodiga el sensacional barítono Christian Gerhaher por los teatros de ópera, es cantante íntimo del mundo del Lied, que se aprecia en cada frase de su natural encarnación de Wozzeck, de gran pureza y elegancia, sin estridencias y teatralidad de más. Navaja en mano enfría la sangre, no se le puede pedir más… Marie es Gun-Brit Barkmin, soprano nacida para estos personajes, donde cantar es un grito de un alma errante. Para una puesta en escena como esta, intérpretes tan comprometidos como Barkmin, Jovanovich (Tambor Mayor), Ablinger-Sperrhacke (Capitán) o Woldt (Doctor) son esenciales.
Este ha sido el primer Wozzeck en la carrera del gran director que es Fabio Luisi, tras estudiar la partitura durante dos años. La Philharmonia Zürich, sin ser una orquesta de primer nivel, funciona muy bien, se adecúa a la visión postromántica y menos expresionista que entiende Luisi que es Wozzeck, un producto de la decadencia que se vio sumida Europa en la Primera Guerra Mundial. El poderoso clímax orquestal antes del final (donde, con acierto, Homoki cierra todos los niveles y repisas por donde aparecían los personajes, dejando vacío el escenario y concediendo entonces la importancia solo a la grandiosa música), muy bien preparado, nos recuerda aquel que Sinopoli grabó dentro de la Suite de la ópera… Qué habría surgido si el malogrado maestro hubiera llevado Wozzeck a escena… Fabio Luisi sigue esa estela, que no es poco…
Gonzalo Pérez Chamorro