Barbara Hannigan. Bejun Mehta. Christopher Purves. Orquesta del Covent Garden, Royal Opera House / George Benjamin. Escena: Katie Mitchell.
Opus Arte, OA1125D (DVD)
La ópera en el inicio del siglo XXI
Ningún otro género tan cuestionado en el panorama de la música contemporánea como el de la ópera. Ningún género, tampoco, tan resistente a desaparecer como el operístico. Pasadas ya décadas desde que la vanguardia oficial decretara su imposibilidad, el número de partituras que cabe situar bajo esa denominación no ha hecho sino crecer. Pocas tan incontestables y definitivas en su capacidad para reevaluar las convenciones de la ópera y a la vez afirmarse con su propio valor musical y dramatúrgico como Written on Skin, del compositor británico, nacido en 1960, George Benjamin.
Una de las figuras más reputadas de la creación actual, gracias a un reducido catálogo de obras resultado de una extenuante exigencia, Benjamin no parecía a priori un autor destinado a la composición para la escena. Y así esta ópera inaugura una nueva etapa en un autor cuya singular trayectoria se inició con extraordinaria precocidad (con apenas 20 años fue el autor más joven interpretado en los Proms) y que su maestro, Olivier Messiaen, se encargó de consolidar al compararle con Mozart. El temprano reconocimiento despertó en él un casi obsesivo afán de perfección y un lenguaje de tal condensación que parecía amenazar la posibilidad misma de crear una obra de amplias proporciones. Sin embargo, con 50 años, Benjamin disipa con Written on Skin esas dudas y parece señalar un nuevo horizonte que se confirma con el encargo, por parte del Covent Garden, de una nueva ópera. No parece pues aventurado decir, aunque hace unos pocos años hubiera resultado impensable, que Benjamin pueda pasar a la historia de la música como un compositor eminentemente ligado al género operístico.
La entusiasta recepción que obtuvo el estreno de Written on Skin en el Festival de Aix-en-Provence en 2012, y que se ha repetido en sus representaciones en Toulouse, Amsterdam, París, Viena, Boston o Londres certifican la entidad de una partitura que hay que calificar de obra maestra. La alianza entre la música de Benjamin, que convoca con inusitado poder unos dominios emocionales donde desasosiego y seducción se combinan, y el planteamiento de su libretista, el dramaturgo Martin Crimp, se revela ideal.
Inspirado en la leyenda medieval de Le coeur mangé (que ha estimulado asimismo la imaginación de escritores como Bocaccio, Sade o Stendhal), el argumento activa una historia de afectos extremos y transgresiones que incluyen adulterio, asesinato y canibalismo. La trama es presentada por Crimp a través de unos inteligentes mecanismos distanciadores que introducen nuevas capas significativas, recusan cualquier inmediato naturalismo y constituyen un fértil punto de partida para la elaboración musical. No sólo Crimp propone en las intervenciones de los personajes una constante transición entre la primera y la tercera persona, convirtiéndolos así en narradores de sí mismos y de sus acciones (en una solución que remite tanto a Brecht como a los oratorios barrocos en su alternancia de arias y recitativos), sino que además incorpora la presencia de unos ángeles que actúan como mediadores, lo cual acentúa la dimensión reflexiva y ejerce una constante movilidad de estratos temporales entre la leyenda medieval y el presente. El preciso lenguaje de Crimp apunta otros sentidos: la protagonista femenina no sólo es símbolo de una sexualidad emancipada, sino que sus gestos están determinados por una incoercible rebelión contra el poder que representa el señor feudal, quien es señalado como origen de una lógica capitalista de dominio y violencia a la que no escapa la propia actividad artística.
Es ese hábil dispositivo lo que impulsa las soluciones musicales de Benjamin. Uno tiene que remontarse a obras como Pelléas o Wozzeck (y soy plenamente consciente de lo que implica situar Written on Skin en esa genealogía), para encontrar una relación tan necesaria, y a la vez tan única y singular, entre texto y música.
Varios son los principios que parecen haber guiado la escritura del compositor. En primer lugar, mantener la plena inteligibilidad del texto sin descuidar la riqueza de soluciones vocales, evitando cualquier estilema vanguardista. La empatía del público con lo que sucede en el escenario quiere salvaguardarse. Las líneas saben elevarse con asombrosa diversidad (los dúos del contratenor y la soprano), palpitan impulsados por las intensas situaciones dramáticas o se aproximan al recitativo cuando los personajes se distancian de sus propias acciones. En segundo lugar, el autor se niega a caer en una relación excesivamente literal o descriptiva entre palabra y música. Más bien Benjamin genera simultaneidades, divergencias, difracciones múltiples de los diversos niveles instrumentales en combinación con la dramaturgia vocal. Tampoco recurre a motivos, sino que utiliza ciertas notas o posibilidades combinatorias (llega a referirse a ellas como el ADN de los personajes o de las situaciones), que funcionan, en la percepción de oyente, de un modo subliminal y, dentro de la lógica constructiva de la partitura, como gérmenes y articuladores del conjunto.
Las texturas tímbricas son tan sorprendentes como sutiles. No es Written on Skin una ópera que juegue con la espectacularidad o el impacto directo. El rigor de Benjamin se lo impide. Instrumentos inusuales (la viola da gamba, las mandolinas y la armónica de cristal) ayudan a generar una sonoridad inusitada en una labor instrumental que Benjamin dosifica y que sólo en ciertos momentos estalla con plena intensidad. El compositor concibió expresamente la partitura para los espléndidos intérpretes que la estrenaron, los mismos que aparecen en este DVD, registrado durante las funciones que tuvieron lugar en el Covent Garden en marzo del año pasado, dirigidas con perfilada nitidez por el propio compositor. El contratenor Bejun Mehta asume el papel del pintor de miniaturas que se duplica como ángel, el barítono Christopher Purves interpreta al señor feudal, y la soprano Barbara Hannigan a Ágnes, la mujer de este destructivo triángulo amoroso. La puesta en escena de Katie Mitchell, con el escenario ocupado por múltiples espacios compartimentados distribuidos en dos pisos, y donde las asépticas y frías estancias del presente contrastan con los sórdidos habitáculos del pasado, resulta perfecta para transcribir espacialmente los distintos estratos temporales. La filmación propone un adecuado equilibrio entre las secuencias registradas en los diversos recintos: se pierde el efecto de la simultaneidad de acciones, pero se gana la posibilidad de admirar el magnífico trabajo como actores de los protagonistas. Una opción preferible pues a la grabación puramente sonora editada por Nimbus.
Una obra esencial y extraordinaria. Finalmente se impone una pregunta ¿cuándo este título se interpretará en España?
David Cortés Santamarta