BELCANTO EN MADRID

A menudo se achacaba al madrileño Teatro Real que descuidase los títulos pertenecientes a este periodo de la historia de la ópera, para muchos fundamental y para otros tan erróneamente calificado de prescindible. Sin embargo, esta tendencia parece poder estar cambiando en los últimos años, con el primer montaje escénico de Norma o Roberto Devereux, al que se sumaba, en julio de 2016, este de I Puritani. Era la primera vez que esta ópera del compositor siciliano Vincenzo Bellini se ofrecía escénicamente en el nuevo Teatro Real, por lo que, para la ocasión, se decidió contratar a voces que aseguraran el éxito. Así, además del reparto que se encargaría de la noche del estreno y que sería el que apareciera en las pantallas de miles de ordenadores (pues fue la primera ópera retrasmitida por Facebook), Celso Albelo, Venera Gimadieva, George Petean o Roberto Tagliavini serían también partícipes de un cierre de temporada de alto nivel. Estas funciones dejaron indiferentes a muy pocos, ya que la mayoría, para bien o para mal, habló profusamente durante gran parte de ese verano.

La pareja protagonista de la noche del estreno, para la que estos Elvira y Arturo podrían considerarse la antesala de unas posteriores (y en cierto modo menos felices) representaciones en el Metropolitan de Nueva York, cosechó un considerable éxito; en especial el tenor mexicano Javier Camarena. Sus medios, si bien más ligeros que los que Arturo precisa, asegura que las páginas solistas suenen al mayor nivel, con un agudo insultantemente fácil, gran elegancia en el fraseo, fantasía para regular y adecuación estilística. Anunciándose indispuesta en alguna función y con, a veces, ideas poco felices para un repertorio como este, Diana Damrau (aplicadísima desde el punto de vista escénico) llega a impactar menos que su compañero de reparto como la simpar Elvira, pues los medios vocales suenan algo mermados; a su favor sigue jugando el bello timbre.

El barítono Ludovic Tézier siempre deleita por la nobleza que imprime a su canto, aunque quizás echamos en falta aquí una mayor imaginación en el juego dinámico, algo que parece mejorar a lo largo de la ópera. El resto del reparto, del que destaca una estupenda Annalisa Stroppa como Enrichetta, desempeña con corrección sus roles, todos dirigidos con atención y mimo por Evelino Pidò.

La producción propia del Real, que un año después viajaría a Finlandia con un reparto diverso, es en general sugestiva, centrada en un mundo de ensoñación en la que las luces juegan un gran papel, y con un estudiado juego de actores. Emilio Sagi mima a Elvira desde cualquier punto de vista y a ella dedica los momentos más logrados visualmente. Una pena que no se hubieran redondeado las funciones de esta bastante completa producción incluyendo el virtuoso final que Bellini ideó para que María Malibrán cantase en Nápoles.

Pedro Coco Jiménez