Trío Wanderer
H. M., HMC 902100.03. (4CDs)
CASI MODÉLICO
Antes de nada, conviene volver sobre lo ya apuntado en alguna ocasión. Resulta absolutamente admirable que, en una coyuntura como la actual, Harmonia Mundi siga defendiendo férreamente su manera de entender lo que debe ser un sello discográfico de calidad. Sigue grabando ópera en estudio, continúa cultivando repertorio conocido y desconocido por igual, apuesta congruentemente por todos sus artistas (sin evitar duplicaciones), el enriquecimiento parece sólo uno de los objetivos a conseguir y no el fin primordial, presentación modélica de todos sus productos, grabaciones impecables (centralizadas casi siempre en el Estudio Teldex de Berlín con Martin Sauer como director artístico). Si no fuera por la firma francesa, nos invadirían fundamentalmente reediciones y “crossovers”.Gracias a ella, el espíritu indagador y el componente de riesgo –que fue siempre uno de los motores principales de la industria del disco– siguen vivos.
El Trío Wanderer es uno de esos artistas o grupos que han tenido la suerte de beneficiarse de esta modélica política artística del sello cuyos destinos rige ahora Eva Coutaz. Han grabado muchos puntales del repertorio para trío con piano (con incorporaciones puntuales de otros artistas para abordar cuartetos o quintetos), rarezas incluidas, y llegan ahora, en su madurez, a la que es siempre la meta natural de todos: Ludwig van Beethoven. Los tres primeros discos producen asombro, porque todo está en su sitio y resulta difícil poner un solo pero a lo que se percibe como una soberana lección de música de cámara. Jean-Marc Phillips-Varjabédian, Raphaël Pidoux y Vincent Coq no tocan nunca como tres solistas que se reúnen para abordar un repertorio concreto, sino como un trío en el que se subsumen sus tres poderosas personalidades. Los Tríos op. 1 y, en menor medida, los Op. 70 encajan como un guante en este enfoque esencialmente unitario, en el que nadie destaca ni alza la voz, en el que nadie se hace notar, en el que todos respiran y sienten al unísono. La elección de tempi es siempre modélica, la manera de atacar cada acorde parece salida de un solo par de manos en lugar de tres, la música es comprendida siempre a la perfección, sin cargar en exceso las tintas, pero también sin aligerarla un ápice (el movimiento lento del Op. 70/1 constituye, quizás, el mejor ejemplo). Pero las cosas se tuercen de repente en la joya de la serie, el Trío Archiduque, tocado en general con una ligereza que desdice su espíritu visionario. Tampoco ayuda que se renuncie a la repetición de la exposición del primer movimiento, lo que le priva de todo su poderío arquitectónico. Los franceses se muestran muy musicales, faltaría más, pero la obra se les escapa de las manos, porque entre ella y la Op. 1, que habían bordado, media todo un mundo (o incluso dos, ya que estamos en la antesala del Beethoven tardío). A pesar del pequeño borrón, una integral sensacional, un canto a la camaradería y a la música de cámara entendida en su acepción más pura.
LG