Síntesis
Después de más de un año de incertidumbre, finalmente, el pasado 31 de enero, Daniel Barenboim tomó la decisión de renunciar a la dirección musical de la Unter del Linden, cargo que venía desempeñando desde hacía 30 años. En la entrevista concedida hace unos días a la agencia The Associated Press podemos leer algunas de sus manifestaciones: “por desgracia, mi salud se ha deteriorado considerablemente el último año. Ya no puedo ofrecer el rendimiento que, con razón, se exige a un director musical (…) Es un trabajo a tiempo completo y no lo puedo hacer más, no quiero hacerlo más”.
Tras estas tres décadas, el argentino ha elevado la categoría de la institución (y la de su orquesta, la Staatskapelle Berlin) a unas alturas insospechadas antes de la caída del Muro. A pesar de dejar el cargo, manifiesta continuar manteniendo relación con una orquesta con la que tantos vínculos comparte. También continuará al frente de la Orquesta del Diván y de la Fundación Barenboim-Said, pues su lucha por restablecer la convivencia no se ha desvanecido; como dice en la citada entrevista: “sé que esperan que diga que esta enfermedad ha cambiado mi vida. No. Las cosas que antes eran muy importantes para mí como músico, todavía son igual de importantes. Las cosas que no eran importantes, siguen sin ser importantes”. A pesar del deterioro físico causado por la enfermedad, deja entrever que continuará ofreciendo conciertos en lo que la salud se lo permita, como ya lo está haciendo a medida que se adapta a la nueva situación (a la hora de cierre de esta edición, dirigió Sinfonías de Mozart en Milán con la Filarmonica della Scala).
Significado especial
Tras todo esto que ha acontecido, enfrentarse a este último acercamiento del pianista al conjunto de las Sonatas de Beethoven cobra un especial significado. Son las sesiones de grabación llevadas a cabo en la Sala Pierre Boulez de Berlín durante la segunda mitad del mes de mayo de 2020; es decir, cuando la pandemia se encontraba en todo su primer apogeo y todo era incertidumbre. Comienzan los confinamientos, la actividad se detiene y Barenboim emplea el tiempo en registrar un nuevo ciclo de este corpus pianístico de Beethoven, el quinto en su haber. Previamente, en abril de ese mismo año, ya había hecho lo propio con las Variaciones Diabelli, que aparecieron junto a las Sonatas y otros registros de juventud en la publicación que DG lanzó en el otoño de aquel año; un álbum de 13 CD que Pedro González Mira se encargó de comentar en estas mismas páginas (RITMO, noviembre 2020).
Básicamente, estoy de acuerdo en casi todo lo que allí se dice, como suele ocurrir casi siempre, no en vano le considero uno de mis maestros en esto que hemos convenido en denominar crítica musical. Ahora bien, nosotros disponemos de varias ventajas que pueden influir sobre lo que en aquel momento se valoraba; primero, ahora disponemos de imágenes que nos explican ciertas cosas que con solo el audio no quedaban del todo claras; por otra parte, también disponemos de la retrospectiva de lo que ha ocurrido en estos casi tres años, no sólo en la vida del propio Barenboim, sino en el mundo. Esto es muy importante, tratándose de quien se trata, pues la música y la vida caminan juntas, sin que haya separación entre ellas: “hacer música no es para mí una obligación, sino una alegría”, dice el argentino.
El valor de las imágenes
Por ejemplo, las imágenes nos permiten observar la mano de Barenboim tras pulsar los últimos acordes de la Arietta de la Sonata n. 32, el modo en que vuelve a posar su dedo sobre la tecla, sin hacer sonar nota alguna, deslizándole, como abandonando cuidadosamente el instrumento, el vínculo que le funde con el sonido, al igual que la propia música se disuelve en el silencio. El final de ese viaje por el que Beethoven nos lleva a lo largo de todo el ciclo, desde los primeros acordes de la Primera Sonata, hasta ese momento, cuando el tema que ronda todo el último movimiento de la última de las Sonatas parece disolverse en la nada.
También, las imágenes nos permiten apreciar mejor el concepto de ciclo que Barenboim parece querer transmitir en este nuevo registro, como asimismo lo quiso transmitir en su anterior registro en imágenes, de 2005, para la firma Emi. Tanto en un caso como en otro, el pianista y director argentino propone una serie de programas (ocho en total en ambas ocasiones), donde quedan insertadas cada una de las Sonatas, como si de un complejo mosaico se tratase, en el que cada una de ellas es una de las piezas que lo componen, y cada una de ellas ejerce una función imprescindible para comprender el mosaico en su totalidad.
Ahora bien, si en aquel ya lejano 2005 el ciclo fue desarrollado en el contexto de unos conciertos con público, en esta última ocasión, la soledad del músico en medio de un auditorio vacío parece transmitir la música completamente desnuda, como si todos aquellos conceptos que al maestro le hicieron reflexionar sobre estas obras a lo largo, y en diferentes etapas, de su vida (Tristán e Isolda, etc.), se desintegrasen para llegar a la síntesis del sonido. De algún modo, el círculo parece cerrarse, pues desde este punto de vista, este último ciclo de 2020 se encuentra mucho más cerca del primero que grabó (Emi, segunda mitad de la década de los sesenta) cuando aún no había cumplido los treinta años, que de ningún otro de los posteriores; solo que entonces su juventud le permitía ofrecer la música con una técnica casi insultante. Creo que no es cuestión de detenerse demasiado en esto, pues no descubrimos nada al decir que un veinteañero posee una agilidad de dedos mucho mayor que un septuagenario, pues es eso lo que separa un registro de otro, medio siglo. Desde un punto de vista puramente técnico, ¿quién cercano a las ochenta primaveras podría hacer una Hammerklavier como la contenida en ese primer ciclo? Es más, ¿quién puede hacerla así con veintitantos?
De algún modo, en este nuevo ciclo, Barenboim parece querer transmitir la música tal y como puede hacerlo ahora, y tal y como la concibe tras toda una vida de llevarla consigo. Ciertamente, para ello emplea su nuevo piano que luce su nombre con letras doradas, eso también nos desvelan las imágenes, si acaso antes no nos lo habían ya sugerido los oídos. ¿Se podía dejar pasar la oportunidad de volver a tocar el ciclo completo con este nuevo instrumento? En mi opinión, si existe o ha existido algún pianista con derecho a hacerlo, ese es el argentino; lo que ha aportado a la comprensión de esta música a lo largo de toda su existencia es de tal magnitud que, aunque en este nuevo ciclo no hubiese tenido nada nuevo que decir, bien se le podría haber perdonado el capricho.
Novedades
Pero es que sí, Barenboim vuelve a aportar novedades en estas obras, no tanto en lo que se refiere a su metafísica, pues, desde ese punto de vista, donde más lejos va es en el citado ciclo de 2005; tampoco en lo que se refiere a la posición de las mismas dentro del contexto de su época, como anticipándose a lo que muchos años después de ellas iba a acontecer en el mundo de la música, pues este otro punto de vista se halla perfectamente desarrollado en los dos ciclos de la primera mitad de los ochenta, uno de ellos acompañado del extraordinario estudio visual de esta música ofrecido por Jean-Pierre Ponnelle. Ni siquiera en lo que se refiere a la lucha de opuestos tan presente en la obra beethoveniana, eso fue también tratado en estos últimos ciclos citados.
Precisamente, en este nuevo ciclo parece buscar la conciliación entre esos opuestos; y lo hace como él sabe, mediante un estudio profundo de los diferentes puntos de tensión, vertical y horizontal (contenida y expandida) subyacente en la música. La novedad es que con este nuevo ciclo parece querer regresar a los orígenes, como si de un estudio matérico del aspecto sonoro de las obras se tratase, para llegar, no sólo a ese primer ciclo de los sesenta, sino incluso mucho antes, al mismísimo Schnabel y el paso de gigante que dio en su ciclo de los años treinta, superando conceptualmente a todo lo que se hacía hasta entonces con esta música, y que muchos (muy reconocidos algunos) continuaron haciendo después y a pesar de él. Pero las aportaciones de Schnabel sí fueron captadas y entendidas por otros, que avanzaron a partir de ellas; también el argentino, como parece desvelar en la entrevista que incluye el último de los DVD de la edición que nos ocupa.
Esta edición en imágenes presenta el valor añadido de servirnos para ampliar nuestras impresiones “fabricadas” a partir del audio, pues tanto la entrevista referida como las tres clases magistrales impartidas a otros tantos jóvenes pianistas, aportan datos que sirven para esclarecer mucho del contenido de estas nuevas versiones de Barenboim.
Concepto cíclico
Volvemos a incidir una vez más sobre el concepto cíclico que el maestro transmite a lo largo de todas estas versiones; pormenorizar sobre lo que hace en cada una de las Sonatas, o comparar las cinco versiones de los cinco ciclos que el argentino nos ha dejado de cada una de ellas entre sí nos daría para escribir un libro y, dudo mucho que los resultados fuesen de utilidad para la mayoría de los sufridos lectores que hasta aquí hayan llegado en este artículo. Sí me gustaría llamar la atención sobre el momento mágico que hace surgir el tema del último movimiento de la Waldstein, o toda la Pastoral al completo, o la Sonata n. 28, quizás una de las más singulares que nunca se hayan compuesto, entre otras muchas páginas memorables.
A través de estas casi doce horas de música encontramos multitud de momentos mágicos que, creo, cada uno debe descubrir por sí mismo. Mi consejo es hacer lo posible por conocer los cinco ciclos y empaparse bien de ellos, la música, el compositor y el intérprete lo merecen con creces.
Rafael-Juan Poveda Jabonero