Grigory Sokolov, piano.
DG, 002894795426 (2 CDs)
Interpretaciones en vivo de 2013 en Varsovia y Salzburgo, gestadas tras años de búsqueda en sí mismo, Sokolov nos regala su elevada poesía en la música de Schubert y Beethoven. Este marinero en aguas turbulentas sabe moverse a la perfección donde otros se pierden con facilidad. Descifra los secretos de una música tan excelsa como compleja (Schubert) y desentraña la modernidad de una Sonata que no fue ni será de su tiempo. Si Bach hubiera escrito solo una Sonata para un piano, habría sido como la Hammerklavier.
Los Impromptus D 890 crecen como un poema en manos de este sabio, que desplaza su mano derecha como si Venus se acariciara el pelo en un acto de seducción. Al menos, para los ns. 2-4, sin la soltura necesaria en la mano derecha esta música no puede interpretarse (por soltura entiéndase emoción, legato, musicalidad…). Hay calma en la exposición melódica, hay sabiduría en los desarrollos, sutileza en los adornos e insinuaciones de sutiles rubatos (prodigiosos en el n. 1, compás 33, por ejemplo). El n. 2 nos trae una fragancia a Brahms en la sección “ben marcato”, mientras que en el n. 3 no arpegia los acordes, creando sensación de abandono.
Los D 946 pertenecen al mismo universo de ser música para elegidos, aunque sean manoseados una y otra vez por quienes no entienden esta poesía y su drama. Pero este mago, que parece enloquecerse con esta música (n. 1), tiene la llave mágica para abrir esas puertas expresivas y brindar unas interpretaciones antológicas. La modernidad es elevada al cubo, pero no es el norte de la interpretación, es un recurso, como lo son los silencios generosos y los tempi lentos.
Tres meses después del Schubert de Varsovia, Beethoven proviene del Festival de Salzburgo; el sonido es distinto, se aprecia claramente. Son pocos, poquísimos, los que durmieron con esta Música y la hicieron suya, ahora Sokolov está en ese grupo de elegidos. De honda introspección, no duda en emplearse de manera sinfónica para desarrollar el amplio sonido del Allegro, de proverbial claridad. La escritura maldita, casi a trompicones, fluye y encuentra alivios, y vuelve a recrearse en las pausas (es más lento aún que el último Barenboim, otro maestro que la descifra con naturalidad y sabiduría). El Adagio, como un sueño en el que Bach y Schubert conversan con Beethoven, va evolucionando con tanto dolor como misterio, belleza total, a fin de cuentas. Los últimos Cuartetos residen en el Largo-Allegro (estas indicaciones hacen sonreír cuando se escuchan los ciclones expresivos que hay en ellas), territorio completamente minado, que suena con total claridad en las voces en la fuga (elegantísimo fluir y radical discurso expresivo), que no esconde secretos para quien hizo de Bach su pan de cada día.
Si los cinco bises (habituales) de Rameau son un respiro a la tensión creada, estos cuadernos de poesía no podían acabar sino como comenzaron, con un Brahms que abre el corazón mismo del músico. La grabación en vivo concede aún más el adjetivo de milagroso a estas interpretaciones.
Gonzalo Pérez Chamorro