Lise Davidsen, David Butt Philip, Georg Zeppenfeld, Amanda Forsythe.
Orquesta y Coro de la Royal Opera House / Antonio Pappano. Escena: Tobias Kratzer.
Opus Arte OA1334D (DVD)
LIBERTÉ, ÉGALITÉ, FRATERNITÉ
Pese a que finalmente renegara de él, fue pública y notoria la influencia que el vendaval libertario francés produjo sobre el pensamiento Beethoveniano. Influencias que terminaron por contagiar incluso a sus creaciones musicales. Algo de esto fluye en la arriesgada e incongruente (a ratos) puesta en escena que justo antes de otra revolución, la pandémica, expusiera el provocador enfant terrible que es Tobias Kratzer, que como ya hiciera con Les Contes d’Hoffmann (Ámsterdam 2018), Tannhäuser y Der Zwerg (Bayreuth y Berlín 2019), voltea ahora como un calcetín ese canto a la libertad que es Fidelio. Y habrá espectadores que legítimamente pongan el grito en el cielo, ya que el alemán reinterpreta a su antojo situaciones, además de reescribir diálogos (echando mano hasta del Danton de Büchner), con el fin de ambientar su republicana propuesta entre los primeros años de la Revolución Francesa (cabezas guillotinadas incluidas), imbuida imaginamos en el breve período de monarquía constitucional, pues sería imposible de justificar entonces que los prisioneros salgan al patio por ser la onomástica del rey.
Kratzer regala un dos por uno en lo escénico, formulando un primer acto completamente opuesto al segundo. El que abre se aferra al realismo y a la tradición decorativa, situándolo en un presidio (¿la Bastilla?) que parece extraído del Met neoyorquino con su costoso esplendor de cartón piedra. En el desnudo, funerario y discursivo segundo, el que verdaderamente escuece los ojos y que curiosamente está dominado por la luz, se expone bajo metáforas poéticas y una simbología política digna del mismísimo Bertolt Brecht (el teatro dentro del teatro), que hubiera disfrutado viendo como ese coro/pueblo se libera desgañitado de las cadenas a las que se refería Rousseau. Entre sus temerarias y provocativas “libertades” argumentales, están el de presenciar como a Leonore le baja la bragueta una ardiente Marzelline o como esta (a lo Marianne de Delacroix con trompeta) termina por salvar al matrimonio disparando a un Don Pizarro que recuerda bastante a Robespierre.
El siempre vibrante y solvente Pappano, homogéneo y teatral, dirige muy bien a los cantantes, dotando a la escena de credibilidad dramática (aunque le cueste mantener a veces la tensión, sobre todo en el segundo acto). La portentosa Davidsen, cuya potentísima voz rememora otros tiempos, regala una Leonore imponente en lo vocal aunque algo indecisa en lo escénico. Una heroína sin excesos temperamentales ni efectismos vocales, pero de una fuerza abrumadora (está soberbia en el aria del primer acto). Jamás el “Töt erst sein Weib!” sonó más wagneriano que con ella. Excesivamente lírico y poco dramático el desinhibido Florestan (bien alimentado) de Butt Philip, que peca de ligereza y timidez. Lástima que ese día no pudiera cantar un indispuesto Jonas Kaufmann.
Javier Extremera