Cuarteto Belcea.
EuroArts, 2072668 · (5 DVDs)
EL SANTO GRIAL
En el soberbio, pero breve documental de Jean Claude Mocik que sirve como colofón a la interpretación completa de los Cuartetos de Beethoven que el Belcea ofreció durante mayo de 2012 en el Wiener Konzerthaus, el segundo violín, Axel Schacher, expresa que para todo cuarteto de cuerda el ciclo Beethoven es el Santo Grial. Para despejarse de la concentración emocional, el cellista Antoine Lederlin ve un partido de tenis de Rafa Nadal en su portátil, Corina Belcea cocina pasta y el viola Krzysztof Chorzelski sale a primera hora de la mañana a correr por el Prater vienés, antes de salir a escena con el Op. 131, que le ronda una y otra vez mientras trota como uno más. “Hemos salido indemnes”, afirman los cuatro al acabar el último concierto, que se celebra como si hubiera acabado la última función del Anillo wagneriano. Y es que enfrentarse a esta música, de una concentración emocional sin igual, de una exigencia técnica incomparable y una comprensión expresiva similar, es el mayor reto posible para un músico, y el Belcea, como uno de los cuartetos de cuerda más brillantes de los últimos años, ha asumido el reto integral en varias ciudades y en varias ocasiones.
Quizá, la principal esencia de estas creaciones es que no se asocian a nada, ni una sola frase relativamente larga podría venir de alguna influencia que no sea la misma música (ni Haydn, ni Mozart, ni más allá). Belcea tiene una líder que es puro fuego, una intérprete muy racial que no se desgasta en buscar protagonismo, “es” protagonista, tal es su presencia y so sonido, con un fuerte componente melódico y folclórico (los movimiento finales, los basados en melodías populares, son evidencias de su estilo).
Cuartetos Op. 18
Este territorio es para desprender energía, algunos de estos Cuartetos son verdaderas cargas activadas. El Belcea recrea el fantasioso ardor juvenil de este Beethoven de manera irresistible, muy melódica, haciendo un uso destacado del silencio como elemento de despiste (no de broma, como en Haydn) armónico, para proceder a una modulación no esperada. Musicalidad a raudales en el n. 3 (excepcional el Andante con sus trinos) y n. 4, mientras se percibe el “territorio Corina” en el n. 5, con un aire sinfónico en el Andante. La violinista, que usa dos colores intencionadamente para vestir, rojo y azul, emplea el primero para el n. 6, en una de las interpretaciones más dramáticas que se puedan escuchar de una obra tan audaz.
Los Razumovsky no alcanzan la efusividad melódica y expresiva de un Takács, pero el componente energético es tal, que contagian al oyente la energía suprema, son caballeros Jedi que, en lugar de espadas láser llevan instrumentos de cuerda, aunando sus fuerzas para crear un campo de energía abrumador y agotador. Cantado de manera delicadísima el Op. 74 (menos colosal en lo sonoro -sinfónico- que el Tokyo o Melos) y verdadero cortocircuito el que produce escuchar el Op. 95, antesala de los últimos Cuartetos.
El salto que hay entre los anteriores y el Op. 127 es bien marcado por un sonido de mayor empaque, más grandiosidad y con la pólvora dispuesta. La complejidad de la estructura es un reto, se pasa de movimientos más o menos estructurados a la total desfragmentación, arenas movedizas que el Belcea pisa con seguridad, creando sonoridades mágicas, especiales en la confrontación de las voces (Op. 130), llevando a la absoluta belleza cierta frialdad expresiva (Cavatina), belleza pura que no necesita nada más que ser tocada en su esencia. Las transiciones (Op. 131), de gran inteligencia, descubren una música de una modernidad bestial, en especial en la Gran Fuga, una interpretación que despide toda época, es lo más cercano a un delirio bachiano, a un tormento químico. El enclaustramiento expresivo de estas obras toca techo con la interpretación del Op. 135, donde la consumación es total.
Las imágenes, tan bien filmadas por Frédéric Delesques y el sensacional sonido (DTS) de Céline Grangey hacen que esta caja de EuroArts sea imprescindible. La conclusión es clara, interpretaciones lejos de moldes, que pueden llevar al ser humano a entender que esta música puede servir para congraciarse con lo mejor de su especie.
Gonzalo Pérez Chamorro